Mientras el papa finge castigar la pederastia de sotana en la cumbre del Vaticano; mientras Trump despluma los bolsillos del contribuyente para construir el muro yanqui de las lamentaciones, donde irán a llorar los coyotes y los mariachis; mientras Casado prosigue con su diarrea verbal contra Sánchez y Cifuentes se toma una farmacia entera de Fortasec, que no hay aparato digestivo que resista los tres años de trullo que le pide el fiscal por un quítame allá ese máster; mientras el mundo gira en su necedad, una niña no se mueve.

Se llama Greta Thunberg, tiene dieciséis años y va armada con una pancarta. Es la voz de la conciencia ecológica de Europa. Una Ezequiel con acné que profetiza la destrucción de Sodoma, que es el planeta entero, si persistimos en contaminarlo por tierra, mar y aire. Cada viernes se salta el insti y sienta su seriedad de mármol frente al Parlamento sueco. Quiere que la cochambre política mundial deje de adormecer con nanas a los peces, a los arrecifes coralinos, a las ballenas de estómago plastificado. Quiere que los casquetes polares dejen de ser un striptease de agua en el Ártico. Quiere que los pájaros respiren de nuevo en Shanghái. Quiere que san Francisco de Asís, el primer ecologista, presida la Comisión Europea para que se anteponga el medioambiente al crecimiento económico. Quiere que Coca-Cola deje de enmierdar los océanos.  

Quiere que las personas mueran de viejas en su cama y no a los cuarenta años en un hospital, con los pulmones lodosos de contaminación y dos toneladas de glifosato en la sangre. Quiere que vuelva a haber inviernos, y bufandas, y estornudos, y que la espuma de los almendros no florezca el día de Navidad. Quiere que los divos de Davos dejen de salvar el mundo mientras mueren las golondrinas. Quiere que la UE se preocupe del bien común y no del bien privado de la banca. Quiere que se legisle en favor de las abejas y no en favor de las empresas químicas. Quiere que no haya que publicar otro Corporate Capture in Europe, el estudio que demuestra que nuestras democracias solo son sepulcros blanqueados. Quiere que los tigres sigan viviendo en Bengala y no disecados en un poema de Borges. Quiere que los políticos actúen de una vez contra el cambio climático, coño, que ya pasó el tiempo de los discursos. Que quedan apenas once años para que la vida se nos convierta en un infierno, y no es broma.

No, Greta Thunberg no quiere la luna. Quiere nuestro planeta. Y, para defenderlo, va a seguir empuñando con una mano el fusil de su pancarta, mientras con la otra se limpia las lágrimas.