Franco es patrimonio inmaterial de Vox. Algo así como para la humanidad el filete porteño de Buenos Aires. O nuestro flamenco, por traer a colación aquello de las esencias patrias que tanto le gusta encabritar en sus homilías a mi admirado Santiabascal. Claro que este hombre no habla cuando abre su vocecita de crisálida delante un micrófono. Él juzga la Historia. Es un médium de Dios.

Lo demostró el otro día en Vistalegre, donde, según las malas lenguas, lo único interesante fue el prólogo del mitin, durante la madrugada, cuando unas activistas de Femen, luna en topless y coraje en los puños, se encadenaron a las rejas del palacio donde la paloma de fuego del gran líder iba a descender sobre España para redimirnos de Pedro Sánchez y de toda esa faramalla bolchevique que se sienta a la izquierda de Marx.

Dicen que las jóvenes protestaban contra Vox, pero me consta que Bardají, el ideólogo de la formación, se ha matriculado en un máster de Bricomanía para cepillarle al partido el peluje de fascismo, racismo y otras cazcarrias. Y lo va a dejar niquelado. Pulcro como la patena. Demócrata deluxe.

El caso es que, mientras él se ejercita con la gubia y desmocha los artículos de la Constitución, excepto el 155, los policías nacionales hacen la ronda de noche. Paternalistas, cansutos, modorros, animan a las chicas de Femen a irse a desayunar un cruasán con leche a sus casas. Que ya cantan los gallos en las inexistentes veletas de Madrid y en España empieza a amanecer.

Y amaneció. Vaya si amaneció. En efecto, pocos días antes de que los rojos desahucien al Caudillo de su tumba, pobre hombre, con todo lo que él no hizo por España, Santiabascal tiene una revelación. En Vistalegre, oye una psicofonía. La voz es pálida, borrosa, muy delgada, como un hojaldre de sílabas. Pero aun así no cabe duda. Es la voz de Franco. Y entonces sí, entonces el liderazgo de la ultrademocracia española siente que se abren los cielos, y oye cítaras y cantos, y ve ángeles que vuelan, y un águila enorme de ojos de fuego y garras de león, y un racimo de flechas y un yugo. In hoc signo vinces, le latiniza el ectoplasma marchito de Franco.

Santiabascal cae en trance. La sangre se le inflama de hematíes rojigualdos, y, ciego de ira patriótica, llama criminal al PSOE, subrayando la palabra en amarillo fosforito, como si tuviera un Stabilo Boss de rabieta infantil en las cuerdas vocales. Pero en su ardor olvida que el PSOE también fue el culpable de la extinción de los dinosaurios y de que Cervantes perdiese el brazo en Lepanto. Una noticia que debemos a las últimas investigaciones a cámara lenta de don Pío Moa, patriarca de la historiografía, varón insigne, faro de conocimiento, primus inter pares y lirio entre cardos (todo junto o por separado). Que lo de deshojar la memoria blanca de las Trece rosas, se lo deja a Ortega Smith, el Nosferatu de Vox, que sabe menos todavía del pasado reciente que de jardinería, pues las rosas no se podan en otoño ni la historia se compra en Wallapop.

Así que no sufra Santiago Cantera, el prior falangista y redicho de Cuelgamuros, cuando los rojazos saquen de allí al dictador. El ectoplasma de Franco ha poseído el cuerpo de Santiabascal, y ahora vive entre la vesícula neandertal y una aurícula romántica y soñadora de su corazón. El 10-N será el exorcismo.