Hace un par de semanas era asesinada en Etiopía una cooperante española junto a dos compañeros etíopes. Moría por el terrible crimen de querer ayudar a los demás incluso más allá de su propia vida. La víctima pertenecía a la oenegé Médicos sin Fronteras, una de tantas organizaciones que se lo dejan todo por quienes no tienen de nada.

El caso de María Hernández, la cooperante asesinada, no es único, por desgracia. Catorce cooperantes españoles han sido asesinados en la última década en todo el mundo, la mitad en África. La mayoría, además, ejercían la medicina, la enfermería o hacían labores de cualquier tipo en organizaciones sanitarias. Héroes y heroínas sin capa, cuyos nombres apenas nadie recuerda, salvo sus seres queridos

Por su parte, en estos últimos diez años, la cifra de cooperantes asesinados supera holgadamente la de 1000 personas. Una cifra que todo el mundo debería conocer y reconocer. Y por la que más de uno debería rasgarse las vestiduras.

Sin embargo, no es algo que importe. No se entiende por qué la labor arriesgada y callada de estas personas que lo dan todo a cambio de nada pasa tan desapercibida. O quizás sí se entienda, aunque no guste la conclusión. Los seres humanos alimentamos nuestra curiosidad con lo instantáneo, con el morbo, con lo superficial o lo llamativo de muchas otras cosas entre las cuales la solidaridad humana y humanitaria no cotiza apenas. Solo cuando alguien con quien compartimos nacionalidad, como el caso de María, es asesinada, interesa a los informativos. Y el interés acaba tan pronto como llega la siguiente noticia, sea la que sea.

Los asesinatos, además, son solo la punta del iceberg. Cada día estas personas sufren ataques, privaciones de libertad, acusaciones injustas, secuestros y privaciones constantes sin que apenas nadie se haga eco de ello. Poco a nada sabemos de su trabajo ni de su sufrimiento, del riesgo que corren cada día y de las penalidades que padecen por acceder lo que en esta parte del mundo nos parece irrenunciable e incontestable.

Admiro a quienes son capaces de dejar atrás una vida de comodidad razonable por una incomodidad irrazonable, por algo tan grande y tan sencillo como hacer el bien. Ojalá se convirtieran en referentes que eclipsaran a futbolistas, cantantes o influencers. Otro gallo nos cantaría, sin duda.

No obstante, no me resisto a cerrar este texto sin nombrar, junto a María, a Begoña, Marta, Mercedes, Inmaculada, Fernanda, Manuel, María, Luis, Eguiluz, Ana Isabel, Marcos, Manuel y Lorena, compatriotas que dieron su vida para hacer de este mundo un mundo mejor. No defraudemos su memoria.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)