Cuando el Gobierno de España negociaba el fin de ETA, el ‘moderado’ Mariano Rajoy acusó al presidente Zapatero de traicionar a los muertos.

Cuando el Gobierno de España buscó el apoyo del Congreso al plan de austeridad impuesto por Bruselas para impedir la bancarrota del país, el PP votó en contra.

Cuando el Gobierno de España apeló al consenso político para combatir unidos la devastación provocada por el Covid-19, el PP votó en contra.

Cuando el Gobierno de España requirió el apoyo de la oposición para afrontar la crisis catalana… el Partido Socialista se lo dio. La gran suerte en aquellos momentos críticos, ante los cuales no existían las decisiones buenas sino únicamente las menos malas, fue que gobernaba la derecha: si lo hubiera hecho la izquierda, es poco probable, por no decir imposible, que el PP hubiera respaldado al Gobierno. Mejor no pensar lo que podría haber sucedido.

La suerte que tuvimos en los momentos más delicados de la crisis territorial no la hemos tenido, sin embargo, en los momentos más complicados de la crisis sanitaria. La división política que se observa en el país durante la pandemia tiene su causa principal en el hecho de que el Gobierno de España no esté presidido por un político de derechas.

Es evidente que nunca hubo motivos de peso para oponerse a un confinamiento que no era de naturaleza política, sino sanitaria y que además era el mismo que estaban adoptando todos los países del mundo; además, a las pocas semanas de confinamiento, Génova y sus terminales mediáticas y territoriales no cesaron de presionar para que el estado de alarma se levantara cuanto antes. El Gobierno acabó cediendo a aquella presión.

La gran asignatura pendiente de la derecha española es la lealtad institucional. En el estallido de la crisis sanitaria el PP vio una oportunidad política y decidió aprovecharla: en la conducta descarnadamente desleal de Pablo Casado está el origen de la polarización feroz que padecemos. Imposible no advertir en ella los ecos del siniestro ‘antes rota que rota’ pronunciado por José Calvo Sotelo en las Cortes de los años 30. Antes muerta que sociata. Antes contagiada que morada.

Ciertamente, salvo durante el paréntesis de los 80, la derecha nunca llevado con deportividad el triunfo electoral de la izquierda, pero la entrada de Unidas Podemos en el Gobierno de España los ha sacado de quicio. Casado desencadenado. ¡Viva la pandemia!

La presencia de Iglesias en el Gobierno se la han tomado como un insulto personal, como una ofensa: para ellos no es un lance más de un partido –hoy gano, mañana pierdo–, es la deslegitimación misma de un juego en el que vale todo salvo que gobiernen ‘los comunistas’, aunque estos hayan logrado el triunfo en buena lid. Un Gobierno con socialistas los ponía de los nervios; uno con comunistas los ha vuelto locos.

Solo una cosa no parecen haber previsto los cráneos privilegiados de Génova: Vox. No han calculado que el hartazgo de la política provocado por su juego sucio favorece objetivamente a la extrema derecha. El lío de Madrid favorece a Vox. Y Vox lo sabe: no hay más que ver lo callados que están.

Lo que no parecen haber calculado, en fin, los dirigentes nacionales PP es que Vox solo puede crecer a costa del PP. Su deslealtad puede salirle cara no solo al país (eso es lo de menos, ¿no?), sino a ellos mismos.