Lo mínimo que puede decirse respecto al suceso protagonizado por el rey Juan Carlos es que se trata de una “conducta poco ejemplar”. Este fue precisamente el término utilizado por el propio rey para referirse, sin aludirlo expresamente, a su yerno Iñaki Urdangarin, en su último mensaje navideño. Más allá de las consideraciones éticas y estéticas que sin duda pueden hacerse acerca de la participación en un safari de estas características, es evidente que no existe nada delictivo en la participación del monarca en un lujoso safari, pero no es menos evidente que una actuación como esta no se compadece en absoluto con la conducta que debería tener el jefe de Estado en una situación de la extrema gravedad que vive España en la actualidad.
El estupor inicial provocado por el conocimiento no ya del accidente real sino de la desconocida estancia del rey en Botswana, invitado aún no sabemos por quién en un safari dedicado a la caza de elefantes y otras piezas de caza mayor, ha dado paso al escándalo ciudadano. Ciertamente, 2012 es un “annus horribilis” para la monarquía española. De la reacción inmediata que tenga el rey Juan Carlos depende en gran medida el futuro de la institución. Una voz nada radical como la del líder de los socialistas madrileños, Tomás Gómez, ya ha apuntado la vía de la abdicación como posible solución.
Jordi García-Soler es periodista y analista político