En los últimos años hemos asistido a una pérdida progresiva de la valoración ciudadana de la institución monárquica. Buena prueba de ello la tuvimos en la última encuesta del CIS, en la que por primera vez la monarquía aparecía ya suspendida, como todas las restantes instituciones públicas, aunque fuera tan solo con un 4,9. Sucedía esto el pasado mes de octubre, y de entonces para acá se han venido encadenando toda suerte de informaciones claramente negativas para la monarquía española: desde el caso Urgandarin, con todas sus escandalosas derivadas, pasando por las evidentes desavenencias internas en el mismo seno de la Casa Real y la familia del rey, el por ahora todavía no esclarecido incidente con arma de fuego de Froilán de Marichalar y Borbón –no se olvide, la quinta persona en la línea de sucesión de la Corona-, hasta llegar al suceso protagonizado el mismo día por el propio rey Juan Carlos en Botswana, donde participaba en un lujoso safari –al parecer, invitado por nadie sabe quién-, mientras España vivía una de las peores, más tensas y duras tempestades económico-financieras de esta grave crisis que sufrimos, en una situación dramática para gran número de familias españolas.

Lo mínimo que puede decirse respecto al suceso protagonizado por el rey Juan Carlos es que se trata de una “conducta poco ejemplar”. Este fue precisamente el término utilizado por el propio rey para referirse, sin aludirlo expresamente, a su yerno Iñaki Urdangarin, en su último mensaje navideño. Más allá de las consideraciones éticas y estéticas que sin duda pueden hacerse acerca de la participación en un safari de estas características, es evidente que no existe nada delictivo en la participación del monarca en un lujoso safari, pero no es menos evidente que una actuación como esta no se compadece en absoluto con la conducta que debería tener el jefe de Estado en una situación de la extrema gravedad que vive España en la actualidad.

El estupor inicial provocado por el conocimiento no ya del accidente real sino de la desconocida estancia del rey en Botswana, invitado aún no sabemos por quién en un safari dedicado a la caza de elefantes y otras piezas de caza mayor, ha dado paso al escándalo ciudadano. Ciertamente, 2012 es un “annus horribilis” para la monarquía española. De la reacción inmediata que tenga el rey Juan Carlos depende en gran medida el futuro de la institución. Una voz nada radical como la del líder de los socialistas madrileños, Tomás Gómez, ya ha apuntado la vía de la abdicación como posible solución.

Jordi García-Soler es periodista y analista político