Sucia y repugnante. La guerra en Ucrania me parece sucia y repugnante. No la alientan, en efecto, ideales nobles que pudieran justificarla, si es que alguna guerra es justificable. La animan los sucios y repugnantes valores del capitalismo. Y en el lote viene, cómo no, la propaganda. Tediosamente, algunos han equiparado a Putin con Hitler, un Hitler pasado por la epilepsia de Dostoievski, de pómulos de mujik, ojos fríos y mentón despachurrado y triunfalista. Y la comparación, aparte de facilona, creo que es poco atinada.

Pero algunos medios hegemónicos nacionales están actuando como auténticos hackers en los cerebros de la gente, y a fuerza de tergiversaciones, medias verdades que en seguida se convierten en mentiras de a puño, sofismas y vistosa retórica de saltimbanquis han establecido que Putin es el malo de este sangriento y atroz folletín bélico y nosotros, faltaría más, los buenos.

Desgraciadamente, los medios mainstream hace mucho que dejaron de servir al ciudadano. Actúan conforme a los intereses de sus consejos de administración y de las empresas y bancos que los sostienen; unos intereses que, en el fondo, son los mismos que en Ucrania codician Rusia, los EE.UU., la UE y Otanistán, como llama Pepe Escobar al brazo armado del capitalismo. De manera que algunos de nuestros principales medios, esos que se llenan la boca hablando de libertad, democracia, derecho a la información, pluralismo, rigor y otros ilustres blablablás, publican bulos molotov sin retortijones de conciencia. ¿La ética? Ah, sí, una cosa que ocurría en un libro de Spinoza.

Todo vale con tal de hundir la verdad, que, como repite el tópico, es la primera víctima de una guerra. Y, así, Antena 3 daba, estos días de atrás, imágenes de un videojuego haciéndolas pasar por bombardeos rusos, y los morritos coquetos de Susanna Griso, impasibles. Y, en los informativos de dicha cadena, otro bulo para reforzar la maldad putinesca. Esta vez, las imágenes fueron de una explosión de 2015 en China. Se reciclan y ya está. Y todos comulgando patrañas con una cañita irascible y gregaria en el bar, qué malnacido es este Putin, si me dejaran a mí y tal y tal. Lo expresaba muy bien Carlos Taibo: “Muchos de nuestros medios parecen meros repetidores de las consignas que llegan del Departamento de Estado norteamericano”. Alcahuetas mediáticas, vaya. Pero no solo ha sido Antena 3 la trilera. Cierto digital mostró a una familia del Donbass huyendo de los bombardeos ucranianos como si fueran ucranianos huyendo de los bombardeos rusos, según denunció en su columna el periodista Miquel Ramos. Y podríamos seguir, pero para qué. Todos sabemos que mintiendo se entiende la gente.

En cambio, a Ursula Von der Leyen le ha faltado tiempo para prohibir en Europa las agencias de noticias internacionales rusas RT y Sputnik. Lo ha hecho, dice, a fin de que no puedan “extender sus mentiras para justificar la guerra de Putin y la división en nuestra unión”. Quizá es que The Washington Post, Facebook y YouTube, por saltar las bardas del corral ibérico, son paladines de la verdad más verdadera y uno no se ha enterado todavía, pues eso es lo malo de escribir estas líneas en un pueblo donde la conexión a internet nos llega remolona y como tartamuda.

Nunca entenderé esta manía de los políticos de tutelarnos como si fuéramos menores de edad e incapaces, pues, de buscar información fidedigna para construirnos nuestra propia y razonada opinión. Y sosiego el marcapasos de algunos diciendo que no creo que Sputnik ni RT la den, pero, censurando, ya nos parecemos un poquito más por arriba a nuestro odiado Putin y por abajo a nuestro amado Zelenski, el presidente de Ucrania, un país donde sigue prohibido el partido comunista y es, por el contrario, un éxtasis de ultranacionalistas, fascistas y neonazis, presentes todos ellos en los estamentos sociales, y a los que de algún modo blanquea cierto periódico muy español de cuyo nombre no voy a acordarme. Ahí están Svoboda, Pravy Sektor y el peligroso y nazi Batallón Azov, de todo lo cual la UE y EE.UU. callan como putas, más o menos como nuestros muy independientes medios hegemónicos.

Por cierto, estos violentos grupos de ultraderecha, apoyados por Europa y los EE.UU., participaron decisivamente en el golpe de Estado que, en 2014, derrocó a Yanukovich tras negarse a firmar un tratado comercial en exclusiva con la UE, un golpe de Estado que desembocó en la guerra civil que aún desangra al país. Ítem más, esta Ucrania que se pasa por la horcajadura los acuerdos de Minsk, cuya violación ha sido una de las causas de la guerra, es a la que el Parlamento europeo —títere de EE.UU.— acaba de abrirle los brazos. Se conoce que el fascismo y el incumplimiento de Zelenski de convocar elecciones locales, desmilitarizar la región del Donbass y aceptar la autonomía de las Repúblicas Populares de Lugansk y Donetsk —ambas prorrusas— a Von der Leyen y Cía. les importan bastante menos que disponer a buen precio de los recursos naturales de Ucrania y proteger los intereses económicos de Alemania y Francia en primer lugar y los de su amo yanqui a continuación, que no de otra cosa va esta maldita guerra que a la clase trabajadora europea nos hará todavía más pobres y vulnerables.

Pero decía o iba a decir que Zelenski, un señor que hostiga a varios millones de compatriotas suyos de lengua materna rusa, cerró, antes de la guerra, dos televisiones en su país por sus vínculos con Rusia. Así lo denunció la prensa independiente norteamericana. Es un alivio saber que nosotros jamás seremos los sátrapas y dictadores. Visto el paño, estoy por ironizar diciendo que con Trump vivíamos mejor.

Afortunadamente, no todo en esta guerra alentada, repito, por los valores capitalistas que defienden ambos bandos —una guerra en la que perderán los mismos inocentes de todas las guerras— está siendo agitación y propaganda. Pero hay que remover muchas toneladas de barro mediático para encontrar una pepita de oro. Una de ellas es Rafael Poch, antiguo corresponsal de La Vanguardia en Moscú, experto en temas de Rusia y Ucrania, sutil analista geopolítico y uno de los poquísimos periodistas rigurosos y decentes que nos quedan. Conviene leer sus artículos para forjarse una idea objetiva y cabal de lo que está sucediendo en Ucrania.

Y lo primero que hay que comprender es que Putin, ese Madelman en cirílico a quien jamás se me ocurrirá justificar ni bajo tortura, no ha sido el que ha tirado la primera piedra, a pesar de lo que cantan las chicharras mediáticas occidentales. Putin es un autócrata, un reaccionario, un ultraconservador que persigue y detiene a antifascistas en su país y un defensor acérrimo del capitalismo oligárquico —el mismo que el de aquí, pero con tres copazos de vodka— que se ha cansado de las provocaciones estadounidenses contra su seguridad nacional. Y ha soltado la mano para ahuyentar el ceño de una OTAN cada vez más cerca de su territorio. ¿Qué habría hecho Biden, se preguntan algunos, si Putin amenazara con desplegar tropas en la frontera de México o de Canadá, habiendo firmado acuerdos que lo impedían, como la Carta de París? Por menos que eso EE.UU. ha arruinado países de por vida y llevado a cabo guerras ilegales en Kosovo, Afganistán, Irak, Libia, etc.

Es cierto que Putin pone los tanques y las balas contra Kiev, aunque quienes en realidad disparan contra Ucrania son EE.UU. y sus lacayos de la UE, que esperan hacerse política y económicamente con sus despojos (reconstrucción del país llaman a eso). Si yo fuera Zelenski, apresuraría las negociaciones y, hasta donde fuera posible, haría todo lo posible por mantenerme neutral entre Washington, Berlín y Moscú, y le daría al César lo que es del César para acabar de una vez con una guerra capitalista e imperialista que jamás debería haber empezado. Y Putin y Biden, al gulag del desprecio. Que entre uno y otro no nos dejan vivir.