Si la extrema derecha ha conseguido un logro por encima de cualquier otra formación política ha sido, sin duda, marcar tanto la agenda como el discurso político desde que, ahora hace un año, entró por primera vez y con fuerza en un parlamento autonómico. Lo hace a base de decir barbaridades, pero eso da igual en la época de la posverdad.

 Desde la violencia de género hasta el matrimonio entre personas del mismo sexo, han sido muchos los mensajes que han lanzado al aire y que han sido recogidos por los medios de comunicación que, en parte, han contribuido a su enorme crecimiento. En un Estado democrático similar al nuestro, sus mensajes bien podrían constituir una incitación al odio, pero en España el poder judicial mira a otro lado, sistemáticamente, y no pide explicaciones a la formación ultra por nada de lo que dicen. Es una tormenta perfecta que permite obtener la hegemonía discursiva de forma continua.

 Cuarenta años de cruel y violenta dictadura, a tenor de lo que estamos viendo, parecen no haber sucumbido en el subconsciente de nuestro país. Ahora, Vox, condiciona la acción política mediante el llamado Pin Parental que no es más que censura, un ataque directo hacia el derecho de la infancia a recibir una educación plural y ciudadana, que apueste por la realidad social en tanto en cuanto los principios de igualdad y respeto a la diversidad no solo los recoge la Constitución que tanto dicen defender, sino que aparecen en las declaraciones de los Derechos Humanos. No son discutibles, por lo tanto, los términos de aplicación de la Constitución ni de la Carta de los Derechos de las personas y a pesar de ello, Vox propone y sus huestes jalean.

No son sus hijos de su propiedad, porque la infancia no es propiedad de nadie, por suerte. Son padres para cuidar y proteger, pero no para censurar y limitar el conocimiento. No lo aceptamos con los antivacunas ni con los terraplanistas, no lo vamos a hacer con la violencia de género ni con la violencia contra las personas LGTBI. No son tanto sus ideas las que asustan, asusta que se consideren legitimados para imponérselas a otros, por la fuerza, negando a los y las menores su derecho a desarrollar su personalidad. No quieren hijos, quieren copias en miniatura de su odio. Y más asusta que el autodenominado "centro liberal" de Casado acepte esos postulados en base a un pretendido derecho a la libertad de elegir la educación para sus hijos. Derecho comodín que utilizan para todo: para llevar a sus criaturas a la privada o para exigir que un crucifijo presida el aula.  

A este debate cavernario de la extrema derecha ha entrado muy bien el líder del PP. Es posible que esto le rente electoralmente algo, pero el precio a pagar es separarse de cualquier posibilidad de parecerse a una derecha democrática. Y en esta ensalada de siglas, por ver quién es más bestia, lo peor de todo es que Ciudadanos en Murcia haya aceptado la censura, ellos tan liberales y tan por las libertades. Siguen intentando vender que algún día estuvieron con la causa LGTBI. Ya se lo dijimos en el Orgullo a Arrimadas, que no la queríamos con nuestra bandera mientras pactara con la extrema derecha para mantener el poder. Luego las urnas hicieron el resto.

 Van un paso más allá, los ultraderechistas, llamándonos "pederastas". Lo hicieron en Twitter y lo siguen haciendo lanzando como eslogan que "nos apartemos de sus hijos e hijas". Lo hicieron también en Uganda, la extrema derecha y los ultracatólicos, que querían condenar a muerte a los homosexuales del país y llenaron la prensa de titulares con los nombres y apellidos de los homosexuales; "no toquéis a nuestros hijos", decían entonces como hoy dice Abascal "dejad en paz a nuestros hijos". Después vinieron las palizas y los asesinatos. Y ese es el fin que tienen esas frases y manifestaciones públicas, colar en el ideario que las personas LGTBI no debemos acercarnos a las escuelas. Criminalizando, como en lo peor del nazismo más ramplón.

 Pero hablando de niños y niñas, en edad escolar, lo único que les separa a las nuevas generaciones de la barbarie de sus padres es precisamente la aceptación de la diversidad. Sí, y esa solo se puede aprender en las escuelas. Por suerte, muchos niños y niñas ya van muy por delante de ellos. Dejad a vuestros hijos en paz, que se eduquen en el respeto. Esa es la garantía del futuro y la esperanza de una democracia real.