El mantra de la bajada de impuestos viene siendo exhibido en la campaña electoral del 19-J por el candidato-presidente; Moreno Bonilla (Juanma para la publicidad electoral), cual Laureada de San Fernando, por la certeza de que esta benevolencia fiscal aumenta la recaudación insuflando vida a la economía. Es la consigna mayor del PP, uno de sus primeros mandamientos, y él no pecará aunque la ciencia lo desmienta.

Sostiene el candidato M.B. como mérito preferente que Andalucía ha recaudado 925 millones de euros más durante su mandato por (a pesar de) la rebaja de los tributos cedidos (Impuestos de Sucesiones y Donaciones -ISD-, Transmisiones Patrimoniales -ITP-, Actos Jurídicos Documentados -IAJD- y Patrimonio) y lo achaca a nuevos contribuyentes atraídos por su antesala de paraíso fiscal. Pero oculta o no se lo han dicho que la recaudación tributaria crece en Andalucía desde 2013, que el PIB aumentó en 2021 en España por encima del 5% y que la recaudación se elevó más del doble de esa cifra porcentual. Además, los números de la propia Junta de Andalucía acreditan que ha recaudado el último año, por ejemplo, un 15% menos en Sucesiones, a mayor felicidad de quienes hereden más de un millón de euros (¿quién no?). En 2021, la Junta de Andalucía volvió a bajar también el tramo autonómico del IRPF, medida por la que palmó 329 millones de euros para gozo, sobre todo, de aquellos contribuyentes con los tipos marginales más altos (o sea, una inmensa minoría).

Saca pecho Moreno Bonilla por su hazaña fiscal al mismo tiempo que pide al Gobierno un Fondo transitorio de compensación para Andalucía como Comunidad “infrafinanciada” y que infla el proyecto de Presupuesto para 2022 con un fantasmal “fondo Covid” de mil millones de euros para cuadrar las cuentas, y eso tras haber recibido un chorro milmillonario durante los dos años de pandemia.

De la “infrafinanciación”  los primeros perjudicados son siempre los servicios públicos y los primeros beneficiados los que prestan los servicios privados alternativos o complementarios (que se lo pregunten a los grupos hospitalarios y a las universidades).

Lo que tiene además de camelo la bajada de impuestos no es tanto su dudosa eficacia (lo veremos después) como la absurda competencia fiscal que atiza entre comunidades de un mismo Estado que debieran estar armonizadas y sentirse corresponsables. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, campeona de las rebajas fiscales (y de las rebajas, en general), presume de su perfil de reina maga de los impuestos, siguiendo la estela de su mentora, Esperanza Aguirre, que en 2010 montó con la anuencia de Rajoy una campaña contra la subida de impuestos de Zapatero (“una rebelión”, dijo, y no fue juzgada), cuando España estaba a punto de ser intervenida por el Directorio Europeo. Un año después, Rajoy ganó las elecciones y le faltó tiempo para ensañarse con los impuestos subiendo el IRPF, el IVA, el IBI,… y cualquier cosa que empezara por I: de hecho, lo detuvieron ante el ICEX advirtiéndole: Presidente, el ICEX no es un impuesto. Me recordó a mi sobrino vegano que un día, a altas horas de la madrugada, con nocturnidad y alevosía, irrumpió en la cocina atacando sin piedad a la caña de lomo.

El mismo Rajoy cambió de criterio unos años después y, acordándose de su propio programa electoral, decidió bajar los impuestos en 2015 y 2016, encomendando su alma a Laffer. El impacto de esta ‘reforma fiscal’ fue de 10.000 millones de euros menos de recaudación en el bienio, con mención especial a la contribución negativa del IRPF.

La antecitada Ayuso está orgullosa no sólo de las terrazas madrileñas sino de los más de 60.000 millones de euros que -dicen- han dejado de ingresar en los últimos 18 años en la Comunidad de Madrid por sus rebeldes bajadas de impuestos. Con su dumping fiscal, la economía de aglomeración de compañías y actividad que disfruta Madrid y con el permanente reclamo al Gobierno central, ya puede.

Ahora, el ‘work in progress’ de Ayuso es corregir en el IRPF los malvados efectos de la inflación. La explicación se la dio a Carlos Alsina en la radio: una pieza maestra, digna de podcast. No se la pierdan. 

Al margen de la casuística, el camelo de la bajada de impuestos tiene en contra al análisis económico, que se ha tomado muy en serio la Curva de Laffer a lo largo de las pasadas décadas. Por resumir, no es concluyente cualquier demostración empírica sobre la incidencia de una bajada o subida de impuestos en la recaudación tributaria. Es clave conocer en qué punto de la curva se encuentra la economía de un país, es decir, cuál es el punto óptimo de recaudación. Así se entiende que Reagan, después de desayunar con Laffer y llevarse la servilleta de papel en la que le había dibujado la curva, empezó a bajar los impuestos como loco y se estrelló. Erró sobre en qué parte de la curva estaba EEUU. Sin embargo, a lo largo de la década de los 90 del siglo pasado, Islandia bajó sus tipos impositivos y los ingresos fiscales crecieron en grandes números. Islandia estaba en la parte derecha de la curva, como pueden estar ahora Francia y Suecia, con una presión fiscal de 47% y 44% del PIB, respectivamente.

España ronda el 37% de presión fiscal, unos cinco puntos por debajo de la media de la UE. Estamos aún en la parte izquierda de la curva de Laffer, como EEUU con Reagan o Reino Unido en tiempos de Thatcher, que también palmó con el experimento. 

Los abanderados de la bajada de impuestos deberían aprender de la historia y preguntarse por qué el Fondo Monetario Internacional (FMI), vigía mayor de la ortodoxia capitalista y de la doctrina neoliberal, está recomendando ahora subir los impuestos o, cuando menos, no bajarlos. Con la inflación desatada, la subida fiscal no procedería ahora, desde luego. Quizá el FMI haya valorado cómo están las cuentas públicas de las naciones tras dos años de pandemia y un trimestre largo de guerra con negro horizonte. Quizá no le parezca sensato bajar los impuestos en España con una deuda pública récord de 118% del PIB y un déficit público estructural del 5%. 

¡Qué buen título el de los Fondos Next Generation: en efecto, les dejaremos la trampa a mi nieto y a sus descendientes!. Y mientras tanto, Juanma  saca pecho por proteger el caudal relicto de los ricos.

(*) Rafael Camacho Ordóñez es periodista y doctor en Economía.