Sin prisa pero sin pausa, de forma tan lenta como inexorable, en Catalunya llevamos algunos meses ya presenciando la aparición de significativas dudas y vacilaciones, e incluso de algunas deserciones en el seno del hasta hace muy poco férreo y compacto discurso del movimiento independentista. Comienzan a ser relativamente frecuentes las caídas del guindo.

Nacida sin duda del habla popular y rural, la expresión de caerse del guindo viene a ser algo así como caerse o apearse del burro, aunque suele entrañar mayor peligro: con ramas bastante bajas y no muy fuertes, el guindo es un árbol frutal del que es muy fácil caerse aunque su altura puede ser hasta de unos cuatro metros. Lo cierto es que caerse del guindo es lo que viene sucediendo cada vez con mayor frecuencia entre exponentes diversos del movimiento separatista catalán. Este fenómeno se produce con especial intensidad entre algunos de los articulistas, tertulianos, opinadores y analistas políticos que durante estos últimos años se habían convertido en entusiastas propagandistas del secesionismo. Su capacidad de rectificación o autocrítica, por mínima que sea, es muy digna de encomio en un contexto social que en modo alguno propicia este tipo de actitudes intelectuales y morales, ya que lo que siempre se exige y demanda, lo que en todo momento y circunstancia se impone es, en cualquier caso, la sumisión ciega y permanente al dogma y a la fe.

A medida que en el madrileño palacio de las Salesas avanzan las sesiones de la fase oral del juicio contra algunos de los principales dirigentes políticos y sociales del independentismo catalán, se van desmontando gran parte de los argumentos sostenidos durante estos últimos años por estos mismos líderes y, por extensión, por parte de sus seguidores y propagandistas. Será muy difícil, tal vez incluso imposible, probar en sede judicial que realmente se produjeron hechos asimilables de algún modo a la comisión de un delito de rebelión, y quizá ni tan siquiera al de conspiración para la rebelión; está por ver si podrá demostrarse que hubo sedición o conspiración para la secesión, si se hallarán o no pruebas fehacientes e incontrovertibles de la existencia de varios delitos de malversación de caudales públicos… 

La fase oral del proceso avanza, sin prisa pero sin pausa, y dudo mucho que en la actualidad alguien pueda sostener todavía, con un mínimo de seriedad política, intelectual y jurídica, que a lo largo de este tan desdichado y alocado “procés” no se cometió ni un solo delito grave, ni tan siquiera el de desobediencias reiteradas, protagonizadas todas ellas por parte de importantes autoridades públicas y de relevantes dirigentes políticos y sociales, a resoluciones firmes del Tribunal Constitucional, con el objetivo final inequívoco de subvertir de modo ilegal e ilegítimo el ordenamiento legal de nuestro Estado democrático de derecho.

Nada tiene de extraño que cada vez sean más frecuentes las caídas del guindo. Nadie debería echar en cara estas rectificaciones a quienes ahora las protagonizan. Sus autocríticas, aunque puedan parecer acaso algo tardías, les ennoblecen. Porque rectificar es de sabios. Ojalá sus ejemplos sean seguidos por muchos otros articulistas, opinadores, analistas y articulistas que persisten aún en la defensa de un proyecto político que nunca tuvo posibilidad alguna de prosperar. Únicamente mediante muchas más rectificaciones públicas de estas características podremos avanzar hacia el imprescindible diálogo que permita abrir las puertas a la inevitable negociación transaccional que nos conduzca al tan ansiado y necesario acuerdo de convivencia libre, ordenada y pacífica.