Venezuela no está hoy en guerra civil por la sola razón de que únicamente uno de los dos bandos tiene las armas. Solo los izquierdistas europeos más sectarios se niegan a admitir lo que es evidente para el mundo: que la Venezuela de Nicolás Maduro no es una democracia y que el régimen perdió las elecciones del pasado 28 de julio, cuyas actas se niega a facilitar a la oposición local y a la comunidad internacional. Observadores imparciales como el Centro Carter, la ONU o la Unión Europea han dejado en evidencia al Gobierno chavista al poner en duda y sin paños calientes la veracidad de los resultados electorales proclamados por un Centro Nacional Electoral bajo sospecha.

Nombre destacado entre los más de 600 observadores internacionales que viajaron a Venezuela para supervisar la limpieza del proceso electoral, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero se está poniendo a sí mismo bajo sospecha al no pronunciarse sobre los abrumadores indicios de fraude electoral. Su silencio de ya casi tres semanas resulta particularmente embarazoso para quienes, además de aplaudir los logros de su gestión política al frente del Gobierno de España, otorgaron un amplio margen de confianza a sus comprometidas gestiones como mediador entre el Gobierno de Caracas y la oposición venezolana. De hecho, cabe pensar que esa mediación haya contribuido a propiciar la participación de las oposición en las elecciones o incluso la propia convocatoria de las mismas.

Desconcierto en la izquierda

Quienes simpatizan con el expresidente están desconcertados. No así quienes nunca le perdonaron su victoria de 2004 a lomos de la Gran Mentira del Gobierno de Aznar y de la mayoría de medios de la derecha sobre la autoría de los atentados yihadistas de Atocha. Cuando se teclean en Google los ítems ‘Zapatero-Maduro-Venezuela’ y similares apenas aparecen columnas o artículos publicados en medios progresistas: casi todas las opiniones y análisis los firman comentaristas conservadores a los que, más allá de su saña casi metafísica contra el expresidente, no les falta razón al echarle en cara su caro silencio. Es cierto que a las derechas españolas les preocupan los derechos políticos de los ciudadanos de otros países, en este caso los venezolanos, solo en tanto en cuanto la defensa de los mismos pueda fastidiar al Gobierno de izquierdas que dirige Pedro Sánchez; de hecho, nunca las veremos defender con esa misma determinación los derechos políticos de, pongamos por caso, los chinos, los saudíes o los emiratíes.

Con ese tono engolado y algo cargante que es marca de la casa, el vicesecretario Institucional del PP, Esteban González Pons, ha dicho: “No podemos dejar solo al pueblo venezolano y por lo tanto la comunidad internacional tiene que continuar con su presión para que se produzca una transición democrática y pacífica”. Ahora bien, al eurodiputado conservador nunca lo veremos reclamando con el mismo énfasis ni la misma literalidad una “transición democrática y pacífica” para el pueblo chino o el pueblo saudí, no menos sometidos que el venezolano. Mas, siendo ello cierto, también lo es que los reproches conservadores al silencio de Zapatero están más que justificados.

¿Bambi en Caracas?

El presidente que incorporó la dependencia al sistema de bienestar, nos libró del tabaco o instauró el matrimonio homosexual está embarrando todo su capital político en el lodazal de Venezuela. La explicación más benevolente de su silencio es que este le es necesario para salvaguardar su margen de maniobra como mediador, pues si dice lo que sin duda piensa -lo que sin duda no puede no pensar, es decir, que las sospechas de fraude son fundadísimas-, en tal caso se quedaría fuera de juego y sin cobertura alguna para seguir intentando convencer a las autoridades chavistas de que acepten los resultados del 28 de julio.

Hay otras explicaciones sobre su silencio menos condescendientes, pero la trayectoria impecablemente democrática del expresidente socialista aconseja si no descartarlas, sí al menos aparcarlas provisionalmente: tiempo habrá de activar nuestras sospechas si las explicaciones sobre su silencio no son creíbles ni convincentes. Zapatero está ‘missing’, desaparecido. ¿Qué ha pasado, qué está pasando, qué le está pasando? ¿Lo ha engañado Maduro? ¿Confió en él y ha traicionado su confianza? ¿Ha pecado de pardillo? ¿Acaso el audaz ZP que cruzó el Atlántico hace unas semanas se transformó en el candoroso Bambi nada más pisar suelo venezolano? Nada sabemos. Y queremos saber. Al igual que el inmortal alcalde de Villar del Río, Zapatero nos debe una explicación y esa explicación que nos debe nos la tiene que pagar.