He sufrido en esta última semana, como tantos españoles, los debates preelectorales por televisión de los cuatro candidatos de los partidos más votados en nuestro panorama político. Y digo “he sufrido” porque muchos sentimos el alma en un hilo ante las comparecencias de Casado y de Rivera; y ello porque escuchar una cascada continuada de mentiras, de acosos y derribos y de promesas falsas, vacías y sin contenido real, y planeadas para buscar el voto y abducir al personal, se hace tedioso y muy indignante. Y comprobar que el cinismo y el abuso verbal siguen siendo la tónica sistemática de los sectores de la derecha produce hastío y mucho desaliento, porque es un verdadero insulto a los ciudadanos que tienen un mínimo de sentido crítico y de neuronas en buen estado. Sinceramente, me parece terrorismo ideológico y verbal.

Es obvio que todos pensamos diferente y tenemos opiniones, creencias, juicios y prejuicios diferentes. Esa diversidad forma parte de la riqueza de las personas y de la vida. Pero hay algo que es, o debería ser, condición sine qua non para dedicarse a la gestión pública, algo que se llama honradez y también decencia. Muchos no perciben el cinismo y la hipocresía de los argumentos de la derecha, siempre en su afán de demoler a costa de lo que sea al contrincante, aunque todos damos por hecho que la media de inteligencia nacional supera las cotas mínimas para distinguir la honestidad de la voracidad. Pero parece que no es así, y que muchos, por eso son efectivas tantas mentiras, se las creen a pies juntillas.

Una máquina de la verdad, como dijo Pedro Sánchez en uno de los debates, sería necesaria para detectar en algunos argumentarios prefabricados alguna verdad, si es que la hubiera, lo cual dudo seriamente; porque mentiras eran todas o casi todas, o verdades a medias, a veces, lo cual quizás sea peor. A modo de simple recordatorio, hablaba Casado de crear miles, o millones, de puestos de trabajo, porque hablar es gratis, ... pero ¿cómo es posible que alguien del Partido Popular pueda verter tal afirmación, que era la misma que vertía Rajoy cuando aspiraba a la Moncloa? La realidad fue radicalmente diferente: bloquearon el empleo público, echaron a la calle a miles de trabajadores públicos, en concreto sólo Cospedal despidió a más de dos mil funcionarios en Castilla la Mancha, y en total fueron más de cien mil en España; fomentaron el empleo precario y los contratos basura y crearon una reforma laboral infame al servicio de los intereses de las multinacionales y en detrimento descarado de los españoles, de todos, incluidos los autónomos y las pymes.

¿Qué autoridad moral le puede respaldar al señor Casado al hablar de lucha contra la corrupción? ¿Cómo se atreve a hablar de ello cuando su partido es el paradigma de la más sucia corrupción política imaginable, con tramas corruptas y mafias internas que se han dedicado a saquear el dinero público sin descanso, sin pudor y sin piedad durante décadas? ¿Cómo es posible que se atreva a hablar de bajar impuestos, o el precio de los alquileres cuando gente de su partido vendió miles de viviendas a fondos buitre para hacer negocio, y mientras pactó con bancos las cláusulas suelo para estafar a muchos miles de españoles de escaso poder adquisitivo en el pago de sus viviendas?

¿Qué pueden ofrecer a los ciudadanos el Partido Popular y C,s que no sea precariedad, abuso y recorte de derechos y libertades si se alían con descaro a un partido emergente de la extrema derecha que reconoce abiertamente que no es democrático? Me temo que la derecha española carece de ninguna credibilidad y de, repito, ninguna autoridad de ningún tipo, pero sobre todo moral, para ofrecer promesa alguna a los votantes que no sean mero y descarado señuelo para llegar al poder.

En estos dos debates televisados han quedado claras, además de hasta qué punto es capaz de llegar la derecha en su cinismo, algunas otras cosas, como, en mi opinión, la sensatez y la capacidad democrática y política de Pablo Iglesias, y la moderación, la mesura, la paciencia infinita y las ganas de hacer las cosas bien de Pedro Sánchez, por más que la ceguera de las ideologías, lo que Ortega y Gasset denominaba “hemiplejía moral”, a cada uno le lleve a ver lo que quiere ver según sus intereses, su apertura de mente o su borreguismo, lo cual abunda bastante. Respecto de la calidad humana de los candidatos, que es algo realmente importante, creo que ha quedado más que patente quién es quién en estos debates. Decía al respecto también Ortega en La rebelión de las masas que los gobernantes deberían ser, sin excepción, poseedores de prestancia intelectual; yo añadiría que, además y especialmente, de empatía y de calidad humana. Porque, como bien dice Howard Gardner, psicólogo, investigador y profesor de Harvard, debe haber un equilibrio entre el compromiso, la ética y la excelencia para ser un buen profesional en cualquier campo y cualquier dominio.  Es decir, para ser un buen profesional en cualquier ámbito, incluido el político, lo primero es ser una buena persona.