Gran Bretaña acaba de dar la mayoría absolutísima a Boris Johnson. La clave de su éxito, según los expertos, es que su campaña se ha centrado en un único y claro mensaje: Si me votáis nos vamos de Europa. A los electores británicos les ha importado un rábano que la biografía de Johnson esté plagada de mentiras, escándalos sexuales e, incluso, que su propio hermano asegurara que el primer ministro se había apuntado al carro del Brexit con el objetivo de conseguir el liderazgo del partido conservador, mientras en familia reconocía que era mucho mejor quedarse en Europa.

Johnson, como dijo Trump durante la campaña electoral estadounidense, podría haber disparado a la gente en la calle y no habría perdido votos. Las banderas están hechas de la misma tela que las capas élficas y hacen invisibles, a los ojos de sus devotos, los horrores de quienes las ondean. Gran Bretaña se va de Europa porque unos canallas, hicieron fortuna mintiendo a los ingleses sobre lo mucho que aportaban al Continente y lo poco que recibían de él. Una vez sembrada la semilla del nacionalismo, la planta crece sin fin, abonada por el copioso estiércol del rebaño.

La independencia británica de Europa puede provocar, a su vez, una independencia interior. Escocia, que tiene en sus costas unas más que generosas reservas de petróleo, considera que aporta mucho más a Gran Bretaña de lo que recibe del gobierno de Londres. ¿Les suena? El Brexit es la excusa perfecta para pedir otro referéndum y, por los resultados obtenidos por los nacionalistas escoceses en estas elecciones, parece muy claro que tendrían asegurada la victoria. Quizá por eso, los ingleses, la democracia más antigua del mundo, no permitan que se celebre.

En muy poco tiempo podemos ser testigos de una Gran Bretaña liberada del yugo de Europa al tiempo que, según criterio escocés, subyuga y se apropia de la riqueza de otro territorio. Ironías de la vida y guía para caminantes de otros lares.