Hace bastante tiempo que tengo la convicción de que el machismo no es cosa de hombres, sino una ideología muy asociada a la intolerancia y a las ideas oscuras y totalitarias (provenientes de la misoginia que difunden las religiones); es una ideología represora cuyas víctimas somos todos, mujeres y hombres, aunque el hombre se convierta en el brazo ejecutor de una violencia que, en realidad, está ideada para reprimir y someter, y para alejar a todos del respeto, la armonía y la paz. Porque donde hay machismo hay alguien que se erige como “autoridad” que pretende la sumisión, la inferioridad y la deshumanización del otro.

Hace tiempo una mujer me preguntó cómo se manifiesta el machismo en las mujeres. Me costó mucho ser capaz de expresarlo, pero, en definitiva lo que le quise transmitir es que las mujeres pueden ser, incluso, más machistas que los hombres. Que son esas mujeres que se empapan de la ideología machista sin cuestionarla; la mayoría de las veces porque fueron adoctrinadas en ella desde la infancia, como lo somos casi todas y todos en esos países en los que se nos enseña desde muy pequeños que la primera mujer, Eva (de la que provenimos todas las mujeres según la mitología cristiana), fue una gran pecadora y la responsable de todos los males de la humanidad.

Increíblemente nos cuentan eso cuando no podemos defendernos de esa violencia ideológica contra las mujeres, y nadie hace nada al respecto. A día de hoy se sigue enseñando esa leyenda de la dogmática cristiana, y después nos asombramos de que haya hombres que odien profundamente a las mujeres, y de que haya hombres que las maltraten y las maten; y de que haya mujeres que entran en ese juego de odio misógino contra sus congéneres.

El machismo en las mujeres se manifiesta, al igual que en los hombres, de múltiples maneras; tantas como hay de mostrar  rechazo, odio o desconfianza sobre alguien sólo por el hecho de ser mujer. Justamente hace unos días me enteré de algo tremendamente  malvado que una supuesta “amiga” hizo contra mí, hace muchos años, en el pueblo en el que crecí, por supuesto sin yo saberlo. Era una especie de boicot cuyo objetivo exacto desconozco. Eso, además de maldad y de ruindad, es, por supuesto, machismo, del peor y más siniestro. Mujeres machistas son las que sienten recelo de las otras mujeres, las consideran competidoras en lugar de amigas o hermanas, y por eso las odian o las critican o las humillan, especialmente a las que consideran un obstáculo o una rival en su limitada y mediocre visión de las cosas.

Mujeres machistas son las que se creen los postulados machistas, o los integran en su visión del mundo a su conveniencia. Mujeres machistas son las mujeres parásito, o las mujeres superficiales que cumplen muy bien el rol de sumisión que se les asigna, o las mujeres maldicentes de otras mujeres porque, como dice la antropóloga y feminista mexicana Marcela Lagarde, la sociedad patriarcal (tradicional y judeocristiana) enseña a las mujeres a competir entre ellas.

De ahí que la misma autora defienda a ultranza un concepto maravilloso que es la sororidad, que promociona una nueva cultura alejada del machismo y basada en principios de hermandad, apoyo e identidad entre las mujeres; en rechazo siempre de la idea de que las mujeres son competidoras, y en rechazo radical de esas mujeres machistas que se destruyen unas a otras. Al contrario, la sororidad defiende la creación de  un entorno cultural y emocional en el que las mujeres puedan prosperar y apoyarse mutuamente; la creación de redes de apoyo que conviertan a las mujeres no en rivales, sino en hermanas, en cómplices que empujen hacia cambios sociales siempre en busca de un mundo mejor.

Todo lo contrario a lo que manifestó hace unos días la ex alcaldesa de Pamplona, Cristina Ibarrola, durante una rueda de prensa después de haber perdido la alcaldía por la moción de censura que otorgó a Joseba Asirón el mando de la capital navarra: “Nunca apoyaría a EH Bildu a cambio de nada. Prefiero fregar escaleras”, dijo sin ningún rubor. Lógicamente las críticas le han llovido por todos lados por ese lenguaje tan clasista, tan soez y tan antidemocrático. Y yo diría también que por un mensaje tan machista. Es machista porque está, en el fondo, absolutamente impregnado de misoginia y es absolutamente denigrante para las mujeres; para las mujeres que trabajan en la limpieza y para todas las que consideramos que la indignidad no está en el trabajo que se realiza sino en las personas insolidarias y mediocres, trabajen en lo que trabajen y tengan el estatus social que tengan. Sí me parece muy indigno realmente que hable de esa manera una representante pública.

La mayor transgresión política de las mujeres es su alianza, su coalición, dice Marcela Lagarde. Por eso la lucha contra el machismo se inicia desde la sororidad, desde mujeres apoyando a otras mujeres, sin criticar, juzgar, ofender, excluir o humillar a otras mujeres.

Coral Bravo es Doctora en Filología

Dedico esta reflexión a mi buena amiga, Ana María Palos de Foronda, nieta de la escritora, poeta y activista Mercedes Pinto, quien me dijo hace tiempo una expresión preciosa que nunca antes había oído y que he ido entendiendo con el tiempo: “mis hermanas las mujeres”.