No sé si tenemos los dirigentes políticos que nos merecemos, o es que no hay más cera que la que arde. Lo cierto es que, rotos casi todos los consensos democráticos de las últimas décadas, hay quienes se han plantado en el peligroso cortoplacismo de los que creen, o sus gurús creen, que les da más rédito personal que todo se embarre, que clarificar el terreno. Nada importa lo que es mejor para sus partidos y, ya ni hablamos, de lo que es mejor para el conjunto de las instituciones públicas, para la sociedad y la ciudadanía.

Si hace sólo una semana el presidente del Partido Popular, y líder de la oposición, Pablo Casado, defendía en Zagreb, en el marco del Congreso del Partido Popular Europeo, la necesidad de no mimetizarse con los populismos de derecha, no ha tardado en volver a blanquearlos en España, y a respaldarlos. No es que vaya a sorprenderme en alguien que cree que con dejarse barba puede pasar del “aznarismo rabios” al “marianismo silente”. Tampoco cuando, ni siquiera se atreve a llamar por su nombre a las cosas, y denominar extrema derecha lo que lo es, como no tienen pudor en hacerlo líderes reputados de su partido en Europa como Ángela Merkel. Le ha faltado arrestos, por no decir otra cosa, para decir el nombre del partido español que encarna esos perniciosos ideales, mucho menos a su líder, porque le puede más el miedo a la confrontación con él, y a perder sus cuotas de poder en Andalucía, Murcia -en ambas comunidades han sacado más votos VOX en los últimos comicios que ellos-, Comunidad y Ayuntamiento de Madrid, etc. El PP ahora es rehén de una horda criada y escindida de ellos mismos, que no han venido a aportar debate e ideas a nuestra democracia, sino a demolerla, empezando por consensos sociales como los asumidos por todos contra la violencia de género, o los democráticos, como los recogidos en nuestra constitución sobre la diversidad y entidad de nuestra ordenación territorial en comunidades autónomas.

Si alguien necesita una escenificación de esto que argumento, les emplazo a revisar la lamentable actuación del grupo municipal popular en el ayuntamiento de Madrid, con su enclenque alcalde -tanto por la liviandad de su entidad personal y política como de sus apoyos-, José Luis Martínez Almeida, a la cabeza.

La vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, del partido Ciudadanos, se desmarcó de la posición de la corporación de la capital, facilitando al resto de los partidos la reprobación del edil de Vox por sus vergonzosas manifestaciones sobre la Violencia de Género. De hecho se encaró con Javier Ortega Smith durante el pleno del Ayuntamiento en el que se debatía sobre la reprobación del propio edil de extrema derecha. “Usted y yo estamos en las antípodas cuando hablamos de violencia machista”, le interpelaba Villacís durante su intervención.  La dirigente de Ciudadanos elevó el tono de su discurso cuando le dijo: “parece mentira que le tenga que explicar que usted tenga menos posibilidades de ser violado que yo. No le voy a reprobar por sus palabras ni por su ideología. Se equivoca en esto Villacís, como se equivoca Almeida y Casado. No todas las ideologías son respetables. No todas las ideologías son democráticas y equiparables en democracia. El nazismo llegó al poder democráticamente, en unas primeras elecciones, pero no llegó para mejorar la vida de la ciudadanía, ni para defender las instituciones, sino a demolerlas y suplantarlas por una ideología totalitaria. Contar con según quienes, para obtener el poder, es un precio alto en el que uno puede perder su identidad, como le ha pasado a Ciudadanos al filo de su extinción como partido, o su credibilidad, como le está sucediendo al PP. Servirse de quienes no respetan las reglas del juego democrático y afirman, como el señor Smith, que tiene poco de señor, que “le importa un bledo” ser reprobado denota la concepción que tienen de la honorabilidad de la política como servicio público. Bloquear el inicio de la andadura parlamentaria, sumando su voto a la extrema derecha y a los independentistas, no les va a dar más rédito que convertir a Vox en líderes de la oposición. Hay amistades PPeligrosas, y no se puede nadar en Zagreb, y guardar la ropa, al precio de las libertades, en España. Es el tiempo de los hombres de estado aunque, me temo, que ni hombres, ni de Estado.