Ya saben lo del perro del hortelano, animal carnívoro que ni comía los vegetales del huerto de su amo, ni permitía que otros los comieran. Pues a Alfonso Guerra le ocurre algo parecido. No se implica en la solución del problema, pero ignora al que lo está afrontando. Eso es lo que le ocurre con el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.

Guerra, con su habitual falta de gracejo andaluz, contestó el domingo por la anoche a las preguntas del periodista Jordi Évole, en su programa Salvados, de forma un tanto abrupta y agria –como es él- cuando se refirió al presidente del Gobierno. A preguntas de Évole no contestó si iba a votarle o no en los próximos comicios “porque no sé si será candidato”, si bien aclaró que no votaría nunca a otro partido que no fuera el socialista, el suyo. Añadió, un poco forzado, que “me cae bien, es un joven dinámico, tiene habilidades…” Vamos, lo que se le dice a una hija cuando el pretendiente no es del gusto paterno.

Parece que Guerra se ha quedado estancado en la época en la que era vicepresidente. Eso se desprende de su intervención televisiva al hablar del GAL, salvando la cara al Gobierno del que formó parte, omitiendo la sentencia contra Barrionuevo y Vera. “Aquello quedó claro”, dijo, “la sociedad lo entendió”. Una historia ficción la de Guerra, en la que todos los socialistas de entonces eran buenos, y los de ahora, algo irrelevantes.  Sobre los soberanistas, el mensaje fue catastrofista. De nuevo Sánchez, desde la visión de Guerra, lleva la culpa por delante por no convocar elecciones de inmediato, y por la inactividad que considera existe en el Gobierno, ya que dice, “el apaciguamiento no es fructífero” y “con los independentistas no hay que ceder en nada”. ¿Les suena?

Hace mal el socialista Guerra en no prestar un apoyo explícito a su secretario general. En tiempos políticos difíciles como los que corren, se trata de no dejar un resquicio para la crítica a quien dirige el partido. Y más aún, cuando se pretende que los progresistas ganen estas elecciones en las que se juegan un retroceso importante de las libertades, si las circunstancias acaban favoreciendo a los dos partidos de la derecha y a su socio de extrema derecha. Ladrar por ladrar es un ejercicio que solo genera crispación; obstaculizar que otros saquen adelante su trabajo con comentarios poco favorables, indica mezquindad. Y un desinterés absoluto por el hortelano, es decir, por la sociedad y por la huerta: España.