Mi paso por esta la ciudad para pronunciar una conferencia sobre redes sociales que he llamado “Twitter o cómo comprimir tu ego en 140 caracteres (por minuto)” me ha permitido asistir al estreno de esta ópera, basada en la película protagonizada por Pajares y Esteso, y coincidir con la crítica en que recuerda al mejor Wagner.

Pero entregarse al prodigioso espectáculo de Los Bingueros no supone renunciar a la percepción en su argumento de ciertas analogías con el discurrir político nacional. ¿Puede alguien no ver en Amadeo, ese mediocre empleado de banca que con la esperanza de ganar al bingo va perdiendo todo lo que tiene, un trasunto del presidente leonés que nos gobierna? Truéquese el anhelo pecuniario de Amadeo por la contumaz insistencia de Zapatero en permanecer en el cargo sin atender al daño que ello causa y, ¡voila!, la semejanza aparece ante nuestros ojos como en las mañanas del invierno berlinés la niebla de la rivera del Havel es atravesada por el sol radiante del conocimiento.

¿Y es que acaso Fermín, compañero de aventuras de Amadeo y colaborador necesario a la hora de dilapidar la fortuna de ambos en las salas de juego, no es un remedo del maléfico Rubalcaba y el dispendio ético y moral al que está sometiendo al Estado?

Es verdad que el libreto alemán carece de la comicidad que en su origen tenía la película. Imposible trasladar a ese idioma, por ejemplo, el chiste en el que Esteso, obsesionado por el bingo y asombrado ante los grandes senos de una dama, confunde el número treinta y dos con “teta y dos”. Pero a cambio, despojada la obra de toda distracción humorística, su argumento nos ofrece más claramente los parecidos.

¿Hay quien no vea en la escena en la que Amadeo y Fermín, por miedo a ser reconocidos en el lugar en el que han perpetrado sus maldades, se cuelan disfrazados de mujer en el bingo –magnífica la escenografía, grandiosa y elocuente en sus simbolismos como ese enorme cenicero en el que, pareja a la vida de los protagonistas, se consume también el porvenir de un país- una certera alusión al travestismo político de que hace gala este gobierno según convenga a sus estrategias?

En el comienzo del segundo acto, Amadeo-Zapatero y Fermín-Rubalcaba esperan en un pisito a que dos chicas que han conocido en el bingo se duchen para departir con ellas alegremente. Ese sería el discurrir natural de la escena si no fuera porque el siempre turbio Rubalcaba –casi sobra ya llamarle Fermín- cierra con llave el armario en el que las chicas guardan su ropa interior. Consecuentemente las muchachas se ven obligadas a aparecer en pelotas con gran regocijo de los dos malandrines. No requiere esfuerzo alguno identificar las bragas ocultas de esas inocentes chicas con la ocultación de la lista de artificieros reclamadas por el juzgado de instrucción número 43 de Madrid al Ministro del Interior. Quien no quiera ver esta semejanza lo hace, sin duda, cegado por esa connivencia intelectual tan propia de la izquierda y algunos colegas periodistas que les impide ver listas donde hay bragas.

Pero las similitudes no quedan ahí. A nadie escapa que esas dos chicas son una representación de España. Y que no es casualidad que sean dos. No podrían ser una porque son una metáfora de la España dividida, rota en cuantas partes haga falta para complacer los alevosos intereses del binguero Zapatero y el binguero Rubalcaba.

Y no es baladí, como el avezado lector habrá percibido, que aparezcan desnudas. La imagen de esas dos chicas, dos Españas, en completa desnudez es el retrato exacto de la situación actual de este país. Más allá del hecho de que en esta ópera, fiel a su origen fílmico, ninguno de los personajes femeninos permanece vestido más de cinco minutos.

En el tercer acto los parecidos dejan ya de ser bosquejos y se perfilan con toda crudeza. Amadeo-Zapatero y Fermín-Rubalcaba, desplumados ya y sin fondos en la ficción, o lo que es lo mismo sin credibilidad alguna por culpa del azaroso juego de su política en la traslación al ámbito de la realidad, acuerdan como última salida pedir un préstamo a la señora de los lavabos. Está claro que la señora de los lavabos es ETA. La única manera de continuar con un juego que pondrá en grave riesgo sus haciendas personales y las de su familia -España- es bajar a las alcantarillas del estado -los lavabos- para buscar a cualquier precio el dinero -éxito político- que les permita seguir comprando cartones –no sé exactamente qué significan los cartones pero si están ahí es por algo- para poder seguir jugando.

Posteriormente, compartiendo mesa con un grupo de empresarios e intelectuales, uno de ellos me confesaba haber apreciado ciertos tintes apocalípticos en la representación de una de las dos Españas. Como quiera que, pesé a que domino perfectamente el alemán aunque lo hablo con un ligero acento renano, no lograba entender a cuál de las dos se refería, él afirmaba con la contundencia de la prosodia alemana “das Mädchen mit großen Titten”. “La de las tetas grandes”.

Tristemente es así como es percibido nuestro país en Europa. Como una nodriza de grandes pechos, en un tiempo repletos de recursos y ahora marchitos por culpa del voraz apetito nacionalista, y mermados en su belleza por la irresponsable acción de unos gobernantes ludópatas.

(Y a esto, tan fácil y ridículo, algunos lo llaman periodismo de opinión)

Miguel Sánchez-Romero es director de El Intermedio