Tuve la gran suerte de recibir una espléndida formación humanística cuando cursé el bachillerato. Mis profesores, a los que ahora acusarían de adoctrinar por hacernos pensar, se empeñaron muy mucho en que nos formáramos como personas a través de la filosofía, el arte, la historia, la literatura, el latín y el griego. Todo eso que, luego, no tuve la suerte de encontrar en mi decepcionante paso por la Universidad, salvo honrosas excepciones, donde la mayoría estaban más preocupados por las luchas de cargos y departamentos, que por la buena docencia. La formación humanística ha sido demolida en las sucesivas reformas educativas, y no creo que sea casual. Con el pretexto de una formación presuntamente más práctica y científica, se ha instalado el pensamiento único, la ley del mínimo esfuerzo y la dictadura de las HAMPAS (Asociaciones de Madres y Padres), con sus grupos de wassap inquisitoriales que han traído, en gran medida, el maldito, ilegal e inconstitucional “Pin Parental”, al que yo llamo “Pin Patriarcal”. Uno de mis profesores de filosofía nos hacía reflexionar cómo si en Grecia, tradicionalmente agrícola y ganadera, y antes de los civilizados y urbanitas Platón y Aristóteles, floreció la poesía y el pensamiento filosófico, con figuras tan destacadas como Empédocles, Anaxágoras, Heráclito, Anaximandro, Pitágoras, Demócrito, entre otros muchos de los denominados “Presocráticos”, era porque tenían mucho tiempo para reflexionar a través de la contemplación de la naturaleza y sus fenómenos. Vivimos con prisa, no se sabe muy bien por qué, con inmediatez y sin mesura, además de con cada vez menos e irreflexiva formación humana. La mayoría de los jóvenes creen que la fruta y las verduras, la carne, los huevos y la leche, están ya así, procesados, envueltos en plásticos y envasados, y han perdido todo contacto con el mundo natural. Estamos pues, cada vez más desnaturalizados y deshumanizados, y se nota, a tenor de las noticias diarias.

Todo esto viene a colación de que el campo está, y con razón, en pie de guerra en toda España, ante los abusos de los intermediarios. Una situación endémica de décadas, por hablar de la democracia, por no decir secular, y lo digo con conocimiento de causa porque como andaluz conozco bien el atraso histórico de nuestra comunidad, en manos de grandes terratenientes, que explotaron los frutos de la tierra a costa del sudor de sus labriegos, en régimen casi de esclavitud. “Andaluces de Jaén,/ aceituneros altivos,/ pregunta mi alma: ¿de quién,/ de quien son estos olivos?” que escribió Miguel Hernández, casado con la jiennense Josefina Manresa . Hoy en día la forma de explotación y esclavitud se ha sutilizado, pero sigue siéndolo. Los labradores y ganaderos se desloman para que los distribuidores, transportistas y grandes cadenas, se lucren. Málaga, Sevilla, Granada Valencia, Extremadura entera, por el momento, además de las concentraciones en Madrid frente al Ministerio de Agricultura, con el paracaidista inmoral y oportunista de Santiago Abascal que fue despedido con cajas destempladas, han sido noticia estos días por concentraciones, cortes de carreteras y reivindicaciones de profesionales del sector. No sé cuáles son las soluciones. Probablemente poner coto a la voracidad de los que sacan casi todo el beneficio, y la política deberá empezar a ser práctica y útil en esto.

Los entiendo y me solidarizo con ellos, no sólo por justicia y cercanía, sino por comprensión por proximidad. Quiero decir que, lo que sucede con los agricultores es, también, y cada vez más agudizado, lo que pasa con los escritores. Nos dejamos la vida en la escritura, en la creación de mundos literarios, personajes, emociones y lenguaje para que, las editoriales de hoy, nos maltraten, nos humillen, nos falten el respeto y se aprovechen de nuestro trabajo. Como con los agricultores, un autor gana, con suerte hoy, el 4% de ventas de sus libros, un 8%, un 10% o un 15% si por contrato escaleta por cantidad de ejemplares vendidos, nunca antes de haber vendido menos de 150.000 ejemplares, cuestión muy inusual, y esto en el caso de que liquiden honrada y cumplidamente, que no la mayoría de las editoriales hacen aunque la ley les obliga, en teoría. Esto se traduce en que, de cada libro vendido, un escritor no percibe casi ni un euro por ellos. Para colmo, la estupidez generalizada y la falta de interés por la cultura en general, y la literatura en particular, hace que, los editores, se maten por fichar millenials, youtubers, influencers, instagramers, o fauna varia del mundo social, aunque en su mayoría sean ágrafos, analfabetos funcionales, pasados de esteroides o siliconas, y den patadas al diccionario, la tradición lingüística y literaria, y al buen gusto en general. Me recuerda un magnífico artículo de Francisco Umbral, que empezaba en sus últimos años a vislumbrar este fenómeno que decía “antes los animales aparecían en las fábulas; ahora escriben”. Figuras como la novia del nene de Bárcenas, se ha convertido en una ¿poeta? codiciada por ¿editores? de sellos editoriales que hasta hace poco eran serios y prestigiosos. En algunos casos supuestos escritores y críticos serios se suman al fenómeno comercial, intentando rebañar adeptos, aunque sea a costa de denigrar, aún más, la cultura. Cantantes recién llegados de ciertos concursos, y encumbrados por los fenómenos fan, son editados como si fueran premios Nobel, con libros deficientes en lo formal y en sus contenidos, cuando no plagios demostrados, por los que nadie dice nada. Ni siquiera los jueces que, en la mayoría de las veces, no hacen caso a la gravedad de este delito, cuando no desconocen o sobreseen por desconocimiento, o prejuicio contra los intelectuales, que seguimos siendo, en su consideración, gente peligrosa y de mal vivir. Cuestión esta que, aunque así fuera, a lo que tenemos todo el derecho, no debíamos ser desposeídos de nuestros derechos, ni de la obligatoriedad por parte de la judicatura de hacer cumplir la ley. Instituciones como la SGAE, hace mucho, dejó de ser la guardiana y salvaguarda de los derechos de los autores -lo sé con pesar pues la defendí a capa y espada-, para convertirse en agencia de colocación de familiares inútiles, de mano distraída según varias causas abiertas, donde, en más de una ocasión, se ha protegido a plagiarios más que a autores decentes.

En cuanto a los políticos, ya casi ni ocupamos una frase casual y de rondó en los debates. Somos, como los agricultores, animales en vías de extinción, como los tigres o los Koalas salvo que, al contrario que los Koalas, no despertamos ternura, y como los agricultores, no podemos colapsar carreteras con nuestros tractores. En muchos casos, algunos de nuestros insolidarios colegas de letras nos pasarían el coche por encima. Sé que esto no tiene remedio, y algunos seguimos escribiendo por compromiso, aunque ya sin ninguna esperanza y prácticamente nula motivación. Ya lo dejaron por escrito, entre otras insignes plumas Rubén Darío, Lorca, Antonio Machado, o Larra, que publicó aquello de “escribir en Madrid” -como símbolo de toda España- “es llorar” a lo que Cernuda añadió como homenaje “escribir en España no es llorar, es morir”. Larra acabó suicidándose y hoy, siglo y pico después, las cosas no sólo no han mejorado sino que han ido a peor. A las pocas defensas judiciales hay que sumarles la falta de medios y de respeto para hacerlas cumplir y, tanto a los profesionales del campo como a los de la escritura, no están extinguiendo de inanición.