Trump, quien se presentó en su campaña electoral como el pacificador que iba a terminar con las guerras a los pocos días de llegar a la Casa Blanca y, por lo tanto, merecedor del Premio Nobel de la Paz, ha ordenado que el Pentágono, su Ministerio de Defensa, empiece a llamarse también Departamento de la Guerra.

No le ha cambiado el nombre, porque para eso debe contar con la aprobación del Congreso, pero recupera la vieja denominación de Ministerio de Guerra para que conviva con la actual, a la espera de que la mayoría republicana se pliegue a su designio y le convalide su afán belicista.

Casi seguro que en la próxima cumbre de la OTAN el autócrata norteamericano sugerirá que los miembros de la alianza sigan sus pasos y, como ocurrió con el aumento del gasto militar, el secretario general le ría la gracia y le elogie por su sinceridad y franqueza para eliminar los eufemismos. No hay nada como una guerra para curtir a esa juventud que ya no recuerda el servicio militar obligatorio, ese que ahora intentan recuperar buena parte de los gobiernos europeos con la coartada de la amenaza rusa.

El adiós a la cordura que la Internacional Reaccionaria da a diario por todos los rincones del planeta implica a su vez la bienvenida a la locura en casi todos los ámbitos de la existencia humana a los que llega el aliento ultra. 

En febrero de 2025, Trump puso al frente de la nueva Oficina de la Fe de la Casa Blanca a la telepredicadora Paula White, una influencer del integrismo evangélico que propaga la teología de la prosperidad, cuyo mensaje fundamental es que la riqueza y el bienestar físico son las señales con las que la voluntad de Dios premia a sus más fieles seguidores y donantes.

La pobreza y el malestar físico, para estos fanáticos religiosos, son síntomas del alejamiento divino y del castigo por el acercamiento al maligno. Con estos mimbres doctrinales la riqueza y la pobreza son un designio del Todopoderoso y el Estado no puede, ni debe hacer nada para remediar la desigualdad.

Además, cuanta mayor riqueza acumulas más te quiere Dios, y Trump, como el multimillonario más poderoso del planeta, es el más bendecido por la divinidad cristiana. El argentino Milei apoyó el pasado mes de julio la teología de la prosperidad al inaugurar un nuevo templo en la región del Chaco de la Iglesia Evangélica en Resistencia.

Por supuesto, a los que no les ha sonreído todavía la riqueza, los predicadores de la prosperidad les invitan a donar dinero a sus iglesias y así ganarse el favor del cielo y del dictador de turno. Lo mismo que hace la iglesia ortodoxa rusa con Putin, al que veneran como enviado del cielo para acabar con Ucrania y todos los pecadores occidentales que apoyan a Kiev. E igual como los supremacistas ultraortodoxos judíos animan a Netanyahu a mandar al infierno a los palestinos y eliminarlos de la faz de la tierra.

Adiós a la cordura, a la bondad, al bien; bienvenida la locura y la maldad.