Esta pasada semana conocíamos una noticia que nos llenaba de consternación. El Tribunal Supremo de Estados Unidos acordaba, en una decisión sin precedentes, dejar sin efecto el fallo “Roe contra Wade” que, desde 1973, había considerado constitucional la interrupción voluntaria del embarazo. O, dicho más simplemente, reconocía el aborto como un derecho constitucional. Nada más y nada menos.

No descubro la pólvora si digo que semejante decisión supone un retroceso de, al menos, cincuenta años, en lo que a derechos de las mujeres respecta. El propio presidente Biden, tras declarar que se trataba de un día muy triste para el país, manifestó que “El tribunal literalmente ha hecho retroceder a Estados Unidos 150 años”.

Muy triste, sin duda, pero mucho más que eso. Si hay algún derecho que distinga a la hora de ejercitarlo entre personas ricas y pobres, ese es el aborto. Porque, para quien tiene posibilidades económicas para cruzar fronteras y sufragarse clínicas, una decisión de este calibre puede suponer una incomodidad, pero para quien no cuenta con ello, supone una tragedia. Una verdadera tragedia que cambiará su vida y puede, incluso, acabar con ella.

En nuestro país, por desgracia, contamos con una experiencia no tan lejana de eses diferencias abismales. Para las jóvenes que vivieron el franquismo, Londres era sinónimo de esa posibilidad de abortar que solo estaba al alcance de quienes podían costeársela. Para las otras, para las que no podían, las opciones eran pocas y malas: cargar con un embarazo no deseado o arriesgarse a ir a la cárcel, o a sufrir lo indecible a manos de cualquier carnicero, o ambas a la vez. O morir.

Y ese es, precisamente, el punto al que se arriesgan a volver las norteamericanas, y, en especial, las norteamericanas sin recursos. Porque en este caso, son las mujeres las que más van a sufrir, como ocurre tantas veces. Los hombres, por supuesto, padecerán las consecuencias de no vivir en una sociedad en igualdad, de que se recorten los derechos, pero las mujeres, además de todo eso, veremos nuestro cuerpo convertido en campo de batalla. Una vez más.

Cuando conozco esta noticia, no puedo evitar temblar. Nadie está a salvo de estos retrocesos de derechos. Recordemos que ante nuestro Tribunal Constitucional pende, desde hace doce años -ahí es nada- el recurso interpuesto contra la vigente ley de aborto, aunque ya haya nueva norma en camino. Y, de estimarse, nos retrotraería a los primeros tiempos de la regulación del aborto, cuando eran necesarios determinados motivos para abortar, entre lo cuales no se encontraba la libertad de opción ni la pobreza.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (@gisb_sus)