Yerran todos cuantos, de una y otra parte del conflicto político e institucional planteado por el independentismo catalán, de un modo u otro ansían, desean, esperan y confían en que algún día podrán certificar la derrota definitiva y final de su adversario. Yerran unos y otros cuando pretenden que un día u otro, en algún momento podrán escribir algo parecido a aquel tan siniestro último parte de la inicivil guerra civil española, fechado en Burgos el 1 de abril de 1939: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”.

Siempre ha estado claro: en este conflicto nunca ninguna de las dos partes se podrá alzar con una victoria final absoluta. Cada vez está más claro que todos los errores tácticos y estratégicos cometidos por el independentismo anunciaban el desastre actual. Desde su mismo planteamiento inicial de un objetivo tan ilusorio como inalcanzable al no contar con una mayoría social real, amplia y sostenida hasta la interminable sucesión de equivocaciones de manual que le han conducido a la penosa y triste situación actual de encarcelamientos, huidas de la justicia, ruptura fatal de la convivencia social, deterioro de la economía, desprestigio institucional y pérdida de la autonomía solo podían acabar en algo que Groucho Marx supo definir con uno de sus lúcidos sarcasmos: “De victoria en victoria, hasta la derrota final”.

No obstante, se equivocan de medio a medio también todos aquellos que, con el Gobierno del PP presidido por Mariano Rajoy a la cabeza, dan ahora ya por descabezado y extinto al independentismo catalán. Por mucho que pretendan olvidarlo o menospreciarlo, lo cierto es que el movimiento secesionista cuenta con unos apoyos muy importantes en sectores muy amplios y diversos de la sociedad catalana. Son más de dos millones los ciudadanos de Cataluña de toda edad y condición que reiteradamente han apostado por la independencia. Sin duda es un apoyo insuficiente, que sigue sin alcanzar una mayoría social real y que queda aún más lejos de una mayoría cualificada, pero basta y sobra para cronificar el conflicto a corto, a medio e incluso tal vez a largo plazo.

Por mucho que pretendan olvidarlo o menospreciarlo, lo cierto es que el movimiento secesionista cuenta con unos apoyos muy importantes

Todo esto estaba previsto y anunciado, al menos por parte de muchos de los que durante estos últimos años llevamos ocupándonos y sobre todo preocupándonos por este grave problema de Estado, un importante conflicto político, social, económico e institucional que unos y otros han tratado con una frivolidad irresponsable y culpable. Hemos llegado finalmente al tantas veces anunciado choque de trenes, al tan previsible callejón sin salida.

El tancredismo de Rajoy y su inacción política ha dejado solo en manos de los jueces la resolución de una gran cuestión de Estado que es un problema político de enorme entidad. Era la salida más fácil, pero las salidas fáciles casi nunca son eficaces. Esta no lo es. No lo ha sido nunca y todavía menos ahora, cuando el conflicto se ha enquistado hasta límites inimaginables, con el riesgo cada vez más evidente de una explosión de violencia social, en modo alguno deseable para nadie.

El empate de Cataluña consigo misma es la clave de todo este conflicto. Por ello debe ser desde la misma Cataluña desde donde se corrija la situación. Es la hora de la reconciliación nacional entre toda la ciudadanía de Cataluña. Sin ningún tipo de exclusiones. Sin ninguna clase de condiciones previas de los unos ni de los otros. Con voluntad verdadera de diálogo. Con deseo auténtico de pacto. Con afán sincero de consenso.

Sí, como ocurrió en España entera hace ya más de cuarenta largos años, tras la muerte del dictador. Cuando los unos y los otros fueron capaces de dialogar y de pactar, de transaccionar, de hacer realidad una transición política que dio paso a una sociedad libre, democrática y pacífica que dio por definitivamente enterrado aquel siniestro parte franquista del 1 de abril de 1939 y que nos ha permitido vivir los mejores cuarenta años de toda nuestra historia.