Soy un orgulloso andaluz, hago patria de ello no sólo los 28 de febrero, dentro y fuera de los límites territoriales de Andalucía, porque ser andaluz, como definieron entre otros muchos Góngora, Cernuda o Lorca, es mucho más que un determinismo geográfico. Tal vez por esa razón, en gran parte de mi obra, está presente y, más allá de la celebración, me preocupa la profundización en lo que ser andaluz significa, y en los pilares históricos de ello.

El hecho terrible del 11 de septiembre en Nueva York y sus ecos en el Madrid del 11M, no han hecho más que radicalizar y bipolarizar este equilibrio complicado de la paz en el mundo. La satanización de culturas por el miedo o desconocimiento de las mismas, así como el desquiciamiento de sectores de dichas entidades y sus religiones, que tienen más que ver con interpretaciones personales de la historia y los textos sagrados, cuando no con intereses de control de conciencias para asegurarse el dominio y el poder de los países y recursos económicos, dificultan más si cabe este entendimiento. 

No es fácil encontrar en la historia ejemplos de diálogo o convivencia, de comprensión de la otredad humana, y su existencia ha sido tan fugaz como anatemizada. Al-Ándalus es uno de ellos. No pretendo caer en la banalización ingenua, ni en la mitificación a cualquier precio: Al-Ándalus es un fenómeno que surge a partir de una expansión bélica del Islam con lo que supone la guerra-como destrucción supuso las cruzadas bajo el signo de la cruz por citar otras expansiones religiosas-pero con remansos de paz en los que floreció la convivencia, por mucho que se empeñen los estigmatizadores de todo lo que huela a musulmán.

Todo esto queda magníficamente acreditado en un libro excepcional de la editorial Almuzara, del ex ministro de trabajo Manuel Pimentel, reconvertido en culto editor, y que abandonase el ministerio y por comentarios estentóreos a este respecto de su presidente.  El volumen, “Historia de General de Al Ándalus, que he recomendado y seguiré haciendo en infinidad de ocasiones, de Emilio González Ferrín, director del departamento de filologías integradas de Sevilla, es un ejercicio riguroso y esclarecedor de historia nuestra, que no rehúye luces ni sombras. González Ferrín niega la invasión islámica del año 711 diciendo, como sospechábamos muchos: "Hubo una España de una sola cultura con tres religiones”, en la línea de estudio de Ignacio Olagüe. Ya lo decía, casi un siglo antes, José Ortega y Gasset: “una Reconquista que dura 800 años es demasiado larga para llamarla Reconquista". Apunto esto, porque no nos resulta extraño oír, incluso en la voz de nuestros políticos, discursos tan distorsionados como que: “El problema de Al Qaeda con España empieza a principios del S VIII(...) España rechazó ser un trozo más del mundo islámico cuando fue conquistada por los moros, rehusó perder su identidad”, en una conferencia titulada Siete teorías sobre el terrorismo, pronunciada en la Universidad de Georgetown por el ex presidente José María Aznar.

Un par de apuntes sobre esta aberración histórica: en primer lugar  no existían, resulta tan anacrónico como evidente, ni Al Qaeda ni España; en segundo lugar, la identidad de España se conforma en muchos sentidos por la existencia y la pervivencia en nuestra cultura, léxico, costumbres, etc., de aquello que se llamó Al-Ándalus y que, siendo estrictos, duró durante siete siglos, algo más de lo que lleva España siéndolo, si lo es, desde la conquista de Granada en 1492. El apelativo “moros” es, tan suficientemente gráfico en su connotación peyorativa como para definir a quien lo usa como inexacto: la mayoría de los que ocuparon la península, en decadencia de reinos y reyes visigodos que explotaban a su pueblo y sangraban a los judíos, no eran de Mauritania, lugar de procedencia de los “moros” sino bereberes y árabes(de la península arábiga). Para ser exactos, Al-Ándalus y lo andalusí fueron un prodigio tan autóctono y  único, que tuvo, entre sus muchos enemigos a los fanáticos ultra ortodoxos islámicos del norte de África, los Almohades, que en gran parte causaron el declive de todo este milagro.

Algo parecido vemos en nuestros días de bombardeos sobre la población civil en Siria con las amenazas de la organización e ideología integrista que ha calado ahora en la región y se está extendiendo por el África subsahariana. Los enemigos del totalitarismo ideológico y religioso son todos, incluso los hermanos de religión que no aceptan la violencia como argumento. La guerra de Irak ha dado argumentos y seguidores a los que no lo necesitan. Un terror que  amenaza Europa y, en concreto, como ejercicio de desconocimiento de lo que fue y de locura, Al Qaeda llamó a reconquistar Al Ándalus y toda la miríada de grupúsculos integristas persisten ignorantes de lo que fue en la misma intención. “Hay una lectura contemporánea. Es que tenemos un complejo de ser españoles. La negación de Al-Ándalus es un componente más de nuestro complejo de ser españoles", señala el arabista Ferrín. Puede que sea tarde para luchar sólo con cultura pero, quizá, si nosotros, desinteresados de nuestra propia historia, reivindicásemos Al-Ándalus como nuestra, que lo es históricamente hablando, nadie podría apropiarse de ella.

La identificación de Andalucía con Al-Ándalus no es exacta, entre otras cosas porque Al-Ándalus llegó a estar conformada por prácticamente todo el territorio peninsular, incluyendo Portugal, y con la excepción de reductos norteños, pero sí lo es que su mayor esplendor y pervivencia en siglos puede circunscribirse al sur andaluz. También lo es que, entre la impronta arquitectónica, musical, gastronómica e incluso en las aportaciones a la lengua y la forma de articular el español está omnipresente. Parte del clasista prejuicio mesetario contra lo andaluz, y los tópicos y chanzas contra los andaluces, llevan larvado este prejuicio de los castellanos viejos contra los infieles sometidos, conquistados y siempre sospechosos de una cultura licenciosa.  Esta es, tal vez, una forma extraña de celebrar el día de Andalucía, pero es también una forma serena, intelectual, comprometida y aportadora de hacerlo. Con orgullo y sin complejos.