Esta semana, el pasado 12 de febrero se ha conmemorado el 130 aniversario del nacimiento de la abogada, política y escritora Clara Campoamor. Junto con Victoria Kent fueron las primeras mujeres en colegiarse en el Colegio de Abogados de Madrid, en 1925, y en ser elegidas Diputadas.  Clara Campoamor, a diferencia de la Kent, formó parte de la comisión de 21 diputados que confeccionó la constitución republicana donde peleó hasta conseguir el “Sufragio Universal” tendenciosamente mal llamado “El Voto Femenino”, pues lo que pretendía Clara Campoamor como abogada y política era la lógica igualdad en derechos civiles que discriminaba, y aún hoy seguimos viéndolo en muchos países y ámbitos, a más de la mitad de la población por cuestiones de género. Por supuesto que su perspectiva d feminista estaba en su acción política pero, por encima de ella o, al mismo nivel, su hambre y sed de justicias. Tras lograrlo, no sin la oposición inusitada de parte de los suyos, y tras un encendido debate contra Victoria Kent en el Congreso, muchos de sus compañeros comenzaron a aislarla por “demasiado beligerante” en palabras del propio Indalecio Prieto. En las elecciones posteriores de 1933 ni ella ni Victoria Kent renovaron sus escaños, pese a que gracias a ella pudieron votar todos los españoles sin discriminación de género. Todo esto lo contó en su libro Mi pecado mortal. El voto femenino y yo. En este libro, publicado en 1935, asegura: "Defendí en Cortes Constituyentes los derechos femeninos. Deber indeclinable de mujer que no puede traicionar a su sexo, si, como yo, se juzga capaz de actuación, a virtud de un sentimiento sencillo y de una idea clara que rechazan por igual: la hipótesis de constituir un ente excepcional, fenomenal; merecedor, por excepción entre las otras, de inmiscuirse en funciones privativas del varón, y el salvoconducto de la hetaira griega, a quien se perdonara cultura e intervención a cambio de mezclar el comercio del sexo con el espíritu". Pero lo cierto es que fue postergada de la vida pública,  a pesar de lo cual tuvo que exiliarse a Suiza al terminar la guerra como mujer e intelectual marcada.

En apariencia el tiempo le ha hecho justicia: hay calles y plazas con su nombre, monumentos, y muchos premios que llevan su recordatorio. Sin embargo, como en el título de la película sobre su vida de la directora de cine Laura Mañá, algunos tenemos la impresión de que Clara Campoamor sigue siendo “La Mujer Olvidada”.

Yo no voy a ocultar el escándalo que me produjo comprobar la realidad, por la información facilitada por un particular y amigo, el historiador navarro José Joaquín Ansorena,  a principios del pasado diciembre. Tomar conciencia de que sus restos mortales no acabaron en una fosa común por la sensibilidad de una familia acomodada catalana, la familia Montó Riu Segú, que ante esta  terrible posibilidad acogió sus restos en su propio Panteón familiar en el cementerio de Polloe, en Donostia, en San Sebastián.  Aunque Clara Campoamor falleció en Lausana, en Suiza en el exilio, en España aún estábamos en la dictadura en 1972 y los ideales y logros de esta política estaban muy alejados del ideario de mujer de la Sección Femenina. La falta de familiares que se hicieran cargo de sus restos, hicieron peligrar su paradero, de no ser por los esfuerzos de esta familia catalana que los trajo, literalmente, con nocturnidad al cementerio de Polloe,  a Donosti, donde Clara Campoamor expresó haber sido muy feliz. 

¿No ha habido desde 1972 y después del final de la dictadura, desde la democracia, tiempo de resolver una sepultura propia, unas exequias acordes con su figura? Yo creo que sí, y estamos a tiempo aún. Está muy bien que los dirigentes políticos se acordaran esta semana de citarla, y que nuestro presidente de Gobierno, el señor Mariano Rajoy, diga que España “presuma de un patrimonio cultural que es un formidable lazo de unión para todos”. En ese orgullo deberíamos rendir honores y respetos a figuras como Clara Campoamor que, al fin y al cabo, son la historia, nuestro patrimonio, y peleó por conseguir el voto de la mujer. No estaría de más que, al menos, después de tanta lucha y exilio, su descanso último tuviese la dignidad que merece. Yo incluso propondría que, si el ayuntamiento de Donosti no encuentra una ubicación apropiada, o incluso la construcción de una tumba propia, podrían llevarse sus restos, como se hacen en otros países, en Inglaterra por ejemplo, en Westminster, al Panteón de Hombres Ilustres de Madrid donde, hasta ahora, no hay ninguna mujer. Debe ser que, en la historia de la política, las ciencias, las artes y las letras españolas, no hay ninguna mujer que merezca descansar en nuestro Panteón de Hombres-esperamos que pronto también de Mujeres-Ilustres. Ni siquiera mujeres de la talla de Clara Campoamor, que consiguió en nuestro país el Sufragio Universal.