En las pasadas elecciones, el pueblo español ha demostrado una de las "inculturas electorales" mayores de la historia. En mi opinión sólo comparable, en cuanto a "desconocimiento cómodo y voluntario", a la complicidad que la ciudadanía de bien alemana tuvo con el nazismo y que dio lugar al holocausto. No se me puede tildar de exagerado siempre que entendamos lo que esta frase quiere decir.

El porcentaje de arrepentidos es alto a poco más de tres meses de las dichosas elecciones donde, según la mayoría de los tontos de este país, necesitábamos un cambio. Criticaban las políticas de centro que la izquierda promulgaba y que acordes con los tiempos que corren podrían haber sacado de la crisis al país. La precipitación nunca es buena y las cosas cuando se hacen en caliente nos convierten en los hipócritas responsables de los acontecimientos venideros.

Desde los ámbitos económicos a los sociales, corren unos tiempos donde hemos convertido España en una oligarquía en la que tres o cuatro cabezas nos hacen funcionar a su capricho. Un país en el que todo se dirige desde el engendro que garantiza una única clase social, que desde el poder y la influencia de ellos y para ellos, nos quitará los más mínimos derechos, anulará el estado de bienestar y hará que toda conversación en una esquina cualquiera de la calle tenga de fondo la palabra "miedo".

Los políticos han cometido muchos errores a lo largo de la historia. Como electorado, la mayoría del Partido Popular en 20 de noviembre de 2011, ha sido el fracaso más grande que los ciudadanos nos podemos atribuir.

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