Lo habrás leído muchas veces estos días. Acusan a Bill Gates de formar parte de una conspiración para dominarnos a todos mediante la vacuna del coronavirus. Conspiración mucho más global que, según especialmente los antivacunas, está en marcha por parte del malvado (SIC) capitalismo, creador y propagador de la COVID-19.

Sobre si el capitalismo —los capitalistas, grandes o pequeños— puede tener interés en una crisis como esta y así obtener beneficios gracias a la propagación de una pandemia, me limitaré al sentido común: todas las economías, en todo el mundo, están en la mayor recesión de la historia. Esto es, en las mayores pérdidas económicas que se recuerdan. Sería como darse un tiro en el pié, a propósito. Definitavamente, no le interesa.

 

Para desmentir el bulo anterior sobre la vacuna de Bill y Melinda Gates en la India, ya hizo el trabajo de investigación la web de verificación Maldita.es  y con ello sólo se pueden atribuir las denuncias a la mala fe, o al miedo. Un miedo antropológico del que tenemos noticia desde hace mucho y en muchos lugares. Es la vieja leyenda urbana del sacamantecas.

Bill Gates es el “sacamantecas” del siglo XXI

Todas las historias detrás de siniestros personajes que se enriquecen explotando la salud de los pobres tienen en común tres elementos:

  1. Situación de crisis económica con fuertes desigualdades.
  2. Denuncias de explotación del pobre por el rico.
  3. Y un componente científico con tecnologías avanzadas y de difícil comprensión por un pueblo menos ilustrado.

Por ejemplo, a finales de los 80 en Latinoamérica, se ha documentado que “los campesinos bolivianos vivían aterrorizados por los rumores de que los norteamericanos pretendían sacarles las grasas de sus cuerpos, para llevarlas a USA, donde se utilizarían para lubricar coches, aeroplanos, ordenadores y otras máquinas". Otro ejemplo: en Ayacucho se propaga el rumor en 1987 de que “cinco mil degolladores han surgido de repente, con autorización especial del Presidente de la República en busca de grasa humana para ‘pagar la deuda externa del Perú”.

En los mismos años, en Lima, supuestamente “unos gringos armados secuestran niños para sacarles los ojos, riñones o corazón en un vehículo medicalizado, para venderlos y saldar la deuda externa”.

Todos esos casos estan recogidos en el libro De lo lejano a lo próximo de la Doctora Paz Moreno Feliu (P.151. 2014, UNED)  “Todas estas historias andinas tratan de recreaciones contemporáneas de una figura originada en la época colonial, conocida según la zona como Kharisiri, nakaq o pishtako. Se presenta como un hombre blanco, que al anochecer, tras adormecer a los indios, les saca la grasa o la sangre”.

Mientras que en España, este tipo de leyendas urbanas tienen un pasado cultural más cercano, con una variedad de monstruos que aún perdura en el vocabulario popular: “el chupasangres, el sacamantecas o el sacauntos”, que hacen alusión a personajes que  buscaban la grasa o la sangre de los pobres para curar la tuberculósis de los ricos.

También en la industrializada Inglaterra del S XIX, la creación literaria de Frankhenstein está ligada a una situación de injusticia social y crisis en los campesinos, sometidos por las clases altas privilegiadas en sus tierras, que tan solo poseían sus cuerpos al ser enterrados y veían con inquietud la recién descubierta electricidad con la que el científico loco de la historia les haría trabajar hasta después de muertos.

Emilia Pardo Bazán y el destripador sacamantecas

La excelente escritora española Emilia Pardo Bazán, en su cuento Un destripador de antaño, publicada por primera vez en La España Moderna en 1890 , fija negro sobre blanco la tradición oral de “la leyenda del destripador, asesino medio sabio y medio brujo, es muy antigua en mi tierra” que, según explica, oyó a una vieja malcriada y, más tarde “el clamoreo de los periódicos, el pánico vil de la ignorante multitud, hacen rugir de nuevo en mi fantasía el cuento”.

La historia (sin demasiados spoliers) narra cómo “Minia vivía en la condición de criada o moza de faena” realizando las “tareas más viles, las tareas más duras” como hija adoptada por un molinero pobre, dado además a la bebida, que se arruina cuando “era llegado el plazo fatal para el colono: vencía en término del arriendo” y el arrendador, inmisericorde rentista [el capitalista], les conmina “la renta, o salen del lugar”. A su mujer se le ocurre recurrir al boticario que “cura todos los males que el señor inventó” —y añade—. “Miedo me da entrar allí”.  Un temor que proviene del rumor sobre cómo ha conseguido su riqueza y de su capacidad para curar todo mal: “como dicen que esa untura es de lo que es…” y lo explica:

— “Esos remedios tan milagrosos que resucitan a los difuntos, hácelos don Custodio con unto de moza”.

—“¿Unto de moza?”

—“De moza soltera, rojiña, que ya esté en sazón de se poder casar. Con un cuchillo le saca las mantecas, y va y las derrite, y prepara los medicamentos”.

 

Tenemos en este cuento los mismos elementos que en las fake news y rumores sobre la vacuna de Bill Gates: la crisis económica, la ciencia desconocida y la búsqueda por entender las desigualdades, crecientes, entre clases.

 

No es de extrañar que al rumor de la implantacion de chips microscópicos a través de la vacuna se le sumen los bulos sobre el nuevo 5G que, por cosas del azar, coincide su despliegue con la pandemia. Y, probablemente, no es tampoco casual, que ambas cosas vengan de China.

Para concluir, la explicación final a este tipo de bulos puede estar en un pasaje del relato de Pardo Bazán. El boticario ha dejado correr el bulo pues le garantizaba clientela, con el beneplácito del cura, otra de las fuerzas vivas de la población: “usted me aconsejó que no hiciera nada, para modificar la idea que concibió el vulgo de mí, gracias a mi vida retraída, a los viajes que realicé al extranjero para aprender los adelantos de mi profesión”.

A lo que el religioso le contesta: “Amigo Custodio, deje correr la bola; no se empeñe nunca en desengañar a los bobos”.