Cada uno de sus poemas, que encierran todo su pensamiento. La editorial Espasa lanza Toda la poesía del mítico cantante Luis Eduardo Aute, alejado de los escenarios tras el infarto que sufrió en agosto del año pasado. Le hemos llamado cantante, pero esa es solo su faceta más conocida. También es pintor, cineasta y, salta a la vista, poeta. Es más, en 1968, el artista lanzó 24 canciones breves con la intención de que fuese su punto final musical, harto como estaba de desencuentros con las discográficas y sintiendo una mayor inclinación por la pintura y el cine. Quién se lo iba a decir a este filipino afincado en Madrid: en 2016 celebraría medio siglo en los escenarios, concretados en más de dos docenas de álbumes, justo antes de que su desafortunado accidente cardiovascular lo retirara de la vida pública.

Un cantautor singular

Quizá no dejó la música en aquella época del llamado aperturismo  porque le tiraba la corriente de los cantautores, entonces tan vigente, que vivió la paradoja de ser primero sobredimensionada por su implicación antifranquista, y después, al morir el dictador infravalorada, aunque Aute sobrevivió bastante bien a esta quema por su personal estilo; como ha dejado escrito el autor Maurilio de Miguel, por la mística carnal y tierna de sus letras, añadida a sus reivindicaciones políticas y libertarias. “Éramos tan libertarios, casi revolucionarios, ingenuos como valientes, barbilampiños sonrientes”, cantaba Luis Pastor hace un par de años. Carlos Cano, Chicho Sánchez Ferlosio, Hilario Camacho, Labordeta, Raimon, Mikel Laboa… Y Aute, que tras algunas experiencias preuniversitarias en bandas como Los Sonor (de la que surgiría Los Bravos), se había estrenado en 1967 con el LP Diálogos de Rodrigo y Ximena, después de que temas de su cuño como Aleluya nº1 y Rosas en el mar se convirtieran en hits en voz de Massiel.

Ternura y subversión

Canciones, en todo caso, subversivas como lo habían sido ya los poemas que había publicado de joven, tanto que uno de ellos causó el cierre de la revista donde se incluyó, Poesía 70. Temas que, al menos en sus letras, no han envejecido tan mal. Las generaciones posteriores a la de Aute pudieron ver que canciones suyas, contextualizadas en la dictadura, ganaban lecturas nuevas con el tiempo. Al alba fue escrita a modo de duelo para protestar por el Proceso de Burgos, que trajo consigo los últimos fusilamientos del franquismo, en los años setenta. Pero también era, y después lo ha sido todavía más, una canción de amor. Y si Paco Ibáñez destilaba influencias de la música francesa, y el propio Aute vivió en París admirando a Brel, Brassens o la literatura de Paul Éluard, viajar a Estados Unidos y descubrir a Bob Dylan fue definitivo para su personal estilo, para sus largos y narrativos temas con un punto surrealista, ironía política y gran carga poética y sentimental.

Escuela de sensibilidad

Su carrera musical fue ya imparable cuando volvió a centrarse en ella entrados los años setenta, de nuevo tras el éxito de algunos de sus temas en garganta ajena, en este caso en la de Rosa León, que en su primer y exitoso disco incluyó siete canciones del artista, como Las cuatro y diez, De alguna manera o La secretaria ideal. Ajeno a los ritmos que maneja la industria de la música, ha ido publicando álbumes a su propio paso: Albanta, con sonidos más roqueros; Fuga, con clásicos como Siento que te estoy perdiendo o Cuerpo a cuerpo; 20 Canciones de Amor y un Poema Desesperado, un álbum homenaje a Pablo Neruda; y a partir de los 90, con más erotismo en las letras, Slowly, Alevosía o Aire/Invisible.

Brocha y cámara

Pero más que el escenario, Aute ha sentido el taller como su medio. Desde muy joven ha girado con exposiciones por España, Francia y Estados Unidos, con diecisiete años ya expuso en la Bienal de Sao Paulo como pintor, y muchos de sus discos nos los ha servido acompañados de obra gráfica. Aunque, para Maurilio de Miguel, su mayor mérito fue terminar integrando su habilidad a los pinceles, la pluma de versos y la cámara al servicio de una sola mirada artística. También en el cine ha dejado su huella. No solo como compositor de bandas sonoras, en películas de Pedro Olea o en la polémica Función de Noche, de Josefina Molina, interpretada por Lola Herrera y Daniel Dicenta. Ha sido, además, guionista (por ejemplo en Cibeles, bajo el seudónimo de Luis Junquera, película que dirigió José Sámano), director de cortometrajes (por ejemplo A flor de piel, con Ana Belén y Jaime Chávarri) o actor. Trabajó con Mankiewicz en Cleopatra, ejerciendo de intérprete de inglés, francés y español, y de segundo ayudante de dirección. Y en 2001, armó la que probablemente haya sido, hasta ahora, su obra más importante en este terreno, Un perro llamado dolor, un largometraje para el que realizó casi cuatro mil dibujos a lápiz durante casi cuatro meses encerrado en su estudio, lo que suscitó tal preocupación entre los suyos que le enviaron un psicólogo.

Poemigas

Aute no ha dimitido de su aliento analítico y social en sus trabajos más recientes, sean estos musicales o pictóricos, inserto como se siente en un mundo que, ha confesado, le resulta confuso y con tintes feudales, al encontrar en él ramalazos inquisidores, guerra de religiones, servilismo… Descrito con el título de uno de sus más recientes álbumes, un mundo que está a la intemperie. En permanente renovación, en los últimos años se ha inventado un nuevo formato artístico de expresión, sus poemigas, poemas con dibujos en tres dimensiones, con estructura de haiku.