Un día como hoy, hace 30 años, Las Naciones Unidas realizaron la primera reunión del Grupo de Trabajo Sobre Poblaciones Indígenas, enmarcada en la Subcomisión de Prevención de la Discriminación y Protección a las Minorías; a partir de entonces, el 9 de  agosto es reconocido como el día Internacional de los Pueblos Indígenas, una fecha que posibilita a nivel global, la oportunidad de visibilizar la riqueza cultural de los más de 5.000 pueblos indígenas, que hacen presencia en 90 países diferentes y constituyen más del 5% de la población mundial. Todo esto, es lo que usualmente nos explican las instituciones año a año, cuando llegan a nuestro resguardo, con el ánimo de realizar actividades con y para nosotros. 

Por un día hablamos de nuestros derechos, exaltan la labor que como guardianes de la  naturaleza hemos desarrollado generación tras generación, visibilizan las “necesidades” que socialmente identifican para que tengamos una vida digna, nos felicitan por nuestros atuendos, danzas y rituales, prueban nuestras Chicha y comida tradicional y excepcionalmente, se comprometen a apoyarnos. Lo cierto es, que por un día, sus rostros miran los nuestros. 

Soy mujer Mhuysqa, del clan Neuque, comunera del Resguardo de Cota-Cundinamarca, un pequeño territorio que pervive y resiste cerca de Muyquytá-Bacatá.

Quizás conocida por ustedes como Bogotá, tierra ancestral Mhuysqa transformada, con el pasar del tiempo y las distintas colonizaciones, en selva de cemento y centro de poder, que amenaza constantemente con reducirnos y acabar con nuestros lugares sagrados. Yo, al igual que muchos otros hermanos indígenas alrededor del mundo, quienes día a día experimentamos las tensiones propias de un sistema de pensamiento excluyente y resistimos en nuestros territorios a la violencia, el conflicto armado, los intereses transnacionales, el abandono, la vulneración de los derechos, las inequidades, la discriminación y la indiferencia, deseo que el 9 de agosto se propagara en el tiempo, que cada día fuera esta fecha y aún mejor, que en vez de mirarnos los rostros, pudiéramos cruzar miradas, vernos a los ojos, no como otros, sino como uno. Mirarnos a los ojos de manera sincera, como quién se mira a un espejo y se ve a sí mismo, permitiría reconocer que los pueblos indígenas como cuidadores del 80% de la biodiversidad global, no hemos realizado esta labor solo para nosotros, sino para la pervivencia de todo el mundo: de la humanidad, los animales, las plantas, los minerales, las aguas. Porque como dicen los abuelos, todos nos necesitamos. Mirarnos a los ojos, sería comprender que no nos oponemos al desarrollo, sino que por el contrario, tenemos un deber espiritual de cuidar y proteger a nuestra madre primera, la Hytcha Guia, que provee alimento y buen vivir para todos, lo cual contiene lo que es realmente la dignidad; sabemos que de hacerse lo contrario, pasaremos hambre, sed y carencias.

Son nuestra madre tierra, estos los principios básicos de economía que nos enseñaron nuestros ancestros, la verdadera “administración de la casa”... de la casa común, de esa que nos reúne a todos, sin distinción alguna de credo, color de piel, cultura o pensamiento. 


Un ejemplo claro de mirarnos a los ojos, fue el resultado de las palabras del papa Francisco, recogidas en sus encíclicas Laudato Si y Fratelli Tutti, que se reúnen y hacen sonantes en lo que además expresó a la comunidad Maskwacis, en Canadá, cuando dijo: "Pido perdón por la manera en la que, lamentablemente, muchos cristianos adoptaron la mentalidad colonialista de las potencias que oprimieron a los pueblos indígenas; estoy dolido". Estas palabras emergen justamente tras una mirada profunda, en la que el dolor del otro se vuelve tuyo; es ahí donde toma forma la palabra sincera, que posibilita el reconocimiento y guía el camino hacia la sanación de las historias de opresión y sangre que durante siglos nos han dividido y rivalizado. Es triste saber, que en vez de conmemorar el 9 de agosto en alegría y dignidad, tengamos que hacerlo entre ofrendas de lágrimas de madres y comunidades enteras, que lloran a sus hijos e hijas, que por su lucha reivindicativa por el territorio, por el cuidado de la madre tierra o la defensa de nuestros derechos colectivos como indígenas, fueron asesinados.

Tal como sucede en Colombia, que al día de hoy, lloramos la mala muerte de 73 hermanos indígenas asesinados entre el año 2021 y lo que lleva el 2022, por la defensa de los derechos humanos y territoriales.

Por eso, mirarnos a los ojos sería... no tener que derramar más lágrimas y más sangre por el simple hecho de ser indígenas y luchar por la protección de la madre tierra y de nuestro propio oxígeno. Pese a todo, ¡este 9 de agosto la esperanza me embarga!, el tiempo de curar no da espera y la madre tierra es la primera sanadora. Se que es tiempo de conciliar y reconciliarnos, emerge el camino del diálogo y el deber de admitir que otras realidades son posibles; tenemos la tarea de poner en práctica los enunciados de la interculturalidad y el llamado profundo de los abuelos, mayores, taitas, mamos, sabedores y líderes espirituales de todos los extremos del planeta, de todos los pueblos, de todas las culturas y creencias: nos necesitamos, debemos caminar hacia la unidad, la unidad del ser, la unidad de todos nosotros y de las naciones.

Nace una misión que trasciende cualquier conflicto y por ende nuestra pervivencia depende necesariamente de recordar en las miradas, que en realidad, somos hermanos. 

¿Quién es Ingrid Gómez Neuque?

Nací el 14 de mayo de 1991 en Chía (Ciudad de la Luna), Cundinamarca, Colombia; aunque ancestralmente mis orígenes son del pueblo aledaño, Cota, en donde se establece el Resguardo Mhuysqa, al que pertenezco. 

Fuí el único fruto de la unión de Doris Neuque y Oscar Gómez, gracias a mi madre traigo en mi sangre las memorias del Clan Neuque (Nekye= Pequeño bosque) y gracias a mi padre, que el año pasado se descansó, pude tener el privilegio de ser la hermana mayor de cuatro mujeres guerreras. 

Me formé como Trabajadora Social en la Universidad del Quindío, porque en algún momento de mi juventud, me dijeron que mi camino era ser burro de tierra, es decir, servir; no encontré una profesión que me despertara más vocación que ésta, así que con mucho empeño egresé en 2017. Mi primer trabajo y escuela práctica fue la Organización Nacional Indígena de Colombia, a quién le debo mucho de lo que soy. Posteriormente, trabajé con la Comisión de la Verdad y actualmente me desempeño como enlace de asuntos étnicos en la Alcaldía de Cota, mi tarea es fomentar el diálogo y concertación entre el gobierno indígenas y el gobierno local, una labor desafiante, pero que amo con toda mi raíz. La vida me ha llevado también a ser una tejedora de relaciones, por eso con gran sacrificio, me especialicé en Educación, Cultura y Política en la Universidad Nacional Abierta y Distancia.

El camino terminó haciendo más y más amplio, gracias a las bendiciones de los padres espirituales, fui becada por el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe (FILAC), para formarme como Experta en Pueblos Indígenas, Derechos Humanos y Cooperación Internacional, en la Universidad Carlos III de Madrid; en el marco de este proceso, conocí a la Fundación Scholas y cambió aún más mi vida y la forma de ver el mundo. Luego, como parte del llamado que se remonta desde mi ombligo hacia la tierra, surgió la oportunidad de ser parte de la Escuela Fratelli Tutti, la cual sigue cambiándome la vida y ampliando mis horizontes, es ese aire fresco, esperanzador y creativo que continuar fomentando el servicio a mi comunidad, al Pueblo Mhuysqa, a mi resguardo y al mundo entero de una u otra manera. 

 

Por Ingrid Gómez Neuque

Mhuysqa, Colombia

Estudiante de la Escuela Política Fratelli Tutti, Clase 2022