La niebla y la doncella, Tarde para la ira, El hombre de las mil caras, Que Dios nos perdone… El thriller vuelve a ser protagonista en las producciones españolas recientes, siguiendo la veta abierta en 2011 por aquel fenómeno de público y crítica que fue Celda 211. El reto, crear un estilo propio en la categoría de cine de suspense.

Hoy tenemos la cartelera bastante teñida de negro thriller made in Spain, pero, históricamente, en España la presencia de este género, en sus muchas variantes (que las tiene: cine policíaco, de terror, psicológico…), ha sido intermitente. Durante los años cincuenta y sesenta, el camaleón gozó de buena salud en su versión policíaca. El ojo del huracán estaba entonces en Barcelona, de allí salió la mayoría de unas producciones que aprovecharon el género para sortear la censura y expresar críticas sociales y políticas de manera velada. Apartado de correos 1001, de Julio Salvador; Distrito quinto, de Julio Coll; A tiro limpio, de Francisco Pérez-Dolz… Perseguían, además, echar raíces en el público, conectar con espectadores de cualquier perfil, pero no a cualquier precio, sin descuidar las tramas ni la factura estética, aunque de todo hubo en los acabados.

El destierro de los ochenta y noventa

Pasada esta época, la cartelera se fue descafeinando de thrillers, durante décadas solo ocasionalmente pudimos ver películas de este corte en nuestra gran pantalla. Hasta ahora. Probablemente, hasta 2009, cuando Daniel Monzón estrenó Celda 211, cinta que para muchos constituyó un hito en la reivindicación del género en España, por lo sonado de su propuesta y su éxito de crítica y taquilla. Aunque quizá Tesis, en 1996, ya había supuesto un golpe de efecto a favor del cine popular, que, en general, permanecía denostado, y probablemente Enrique Urbizu sea el nombre clave y precursor en esta batalla con su apuesta por el género ya en 1991, con Todo por la pasta, en 2002 con la magnífica La caja 507, y manteniéndose en 2011 con No habrá paz para los malvados. Con Celda…, eso sí, se desató una oleada de producciones españolas de corte negro y policíaco que aún perdura.

Éxito de público y de crítica, con muchos premios

Muchas de ellas  han sido, además, importantes éxitos desde la perspectiva de los premios: la propia Celda 211 y sus ocho premios Goya, No habrá paz para los malvados con sus seis cabezones, o La isla mínima y su concha de plata al Mejor Actor, su Premio del Jurado en el Festival de San Sebastián, y sí, también su éxito en los Goya con diez estatuillas. Pero también desde el punto de vista de la taquilla cabe hacerle una lectura de éxito al thriller español reciente, no hay duda de que una de sus grandes aportaciones, que en su momento también propiciaron las producciones de terror de la Filmax, ha sido seducir y conectar con el público. En 2014, la segunda película más taquillera del ranking de producciones españolas fue El Niño, y la quinta fue La isla mínima; en 2015, en la séptima posición quedó El desconocido; y en lo que va de 2016, hay varios títulos de este perfil en el top ten: Cien años de perdón en la segunda posición, El hombre de las mil caras en la quinta, y Toro en la novena. A menudo, además, han podido hacer frente, en términos de recaudación, a producciones internacionales, algo de lo que hasta ahora solo parecían ser capaces unos determinados cineastas y comedias.

Un thriller 100% español

Es pronto, falta la perspectiva del tiempo para detectar si esta oleada de de películas de estas características responde a una moda, depende de algunas de las caras conocidas que están siendo habituales en sus repartos (como Luis Tosar, Raúl Arévalo o Antonio de la Torre, aunque en cintas de otros géneros no tienen el mismo tirón), o de verdad estamos ante una línea que trascenderá en todos los sentidos: público y calidad.

Por ahora, solo podemos corroborar que es una veta más que rentable para el cine español.

Se suceden los directores que optan por especializarse, al menos en gran medida, en el género: ya hemos mencionado al pionero Urbizu, pero no perdamos de vista, claro, a Alberto Rodríguez. Su película La isla mínima seguramente quedará como una de las obras más relevantes de nuestro cine actual, aunque ya había debutado en el género con Grupo 7, y este año su El hombre de las mil caras está recibiendo una gran acogida. Daniel Monzón nos sorprendió con Celda 211, y con El niño certificó que una fórmula, si además tiene elementos televisivos de por medio, resulta todavía más rentable, aunque la obra resultó en esta ocasión más funcional y formularia. Daniel de la Torre, con El desconocido, o Raúl Arévalo con Tarde para la ira, han debutado a la dirección optando por hacer del thriller su carta de presentación.

Daniel Calparsoro, que ya había trabajado el género aunque de manera más tangencial, se plantó en Cien años de perdón en su variante heist. Secuestro, Mindscape, El cuerpo, Los ojos de julia, Intacto, La madre muerta, Musarañas, Grand Piano, Regresión, Invasor, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, Open Windows, Intruders, El lobo, Enterrado, Obra 67 o Reverso son otros títulos thriller salidos, en este caso, de las manos de directores que no se decantan siempre por él, pero han mirado con ellos más allá de lo habitual en la gran pantalla de España.

El lado oscuro

Pero, como si del mejor noir se tratara, todo esto tiene un lado oscuro, un final incierto si analizamos la autenticidad de estas producciones españolas, si les buscamos rasgos propios. En Francia, nuestro país vecino y seguramente el de cine más similar, el thriller supone una parte importante de su producción global, con películas de corte popular, de producción y acabado cuidados, y a menudo con un fondo crítico. En nuestro caso, películas como Toro, de Kike Maíllo, o la reciente Que Dios nos perdone, de Rodrigo Sorogoyen, miran a referentes, incluso de otros tiempos (de los años noventa en el segundo caso) para jugar a la reminiscencia visual. Rodríguez, en La isla mínima, sin embargo, absorbió sus influencias para elaborar un discurso personal propio.

O, en otros términos, películas como El niño se han adecuado a la estética visual de la televisión que las producen. Quizá, a la vista de todo ello, el gran reto del thriller español sea ir perfilando una mirada más independiente de modelos externos o de otras épocas, aunque los buenos resultados de muchas de estas producciones parecen indicar que vamos por el buen camino. Veremos si hay un giro de guion.