Se puede morir de éxito. En un entorno global, en el que el turismo se ha extendido tanto que cualquiera puede viajar a cualquier lugar del mundo, aquellos centros que más personas atraen están en peligro. Y poco sitios más populares y demandado que el Museo del Louvre de París.

La decadencia de la pinacoteca francesa a causa de su elevado número de visitantes comienza a ser un problema serio. Sin ir más lejos, esta semana los responsables del museo se han visto obligados a cerrarlo. La causa es la huelga de los vigilantes y trabajadores de recepción. 
 

 

Su queja no es por su sueldo o sus condiciones. Su queja es por el elevado nivel de estrés que soportan ante la avalancha de turistas que cada día llegan con las peticiones más peregrinas.
 

Sube la presión
 

El trabajo de estos empleados se ve seriamente afectado por las aglomeraciones. Controlar las masas humanas y vigilar que las obras no se vean afectadas por el trajín está subiendo la presión de su trabajo por encima de lo tolerable. 

Desde 2009, cuando el turismo ya se globalizó, los visitantes al Louvre han subido una media de un 20 por ciento al año. El año pasado, sin ir más lejos, el museo superó la barrera de los 10 millones de visitantes

Al mismo ritmo que crecía el número de asistentes, el número de empleados permanecía estancado. Y obviamente, el palacio que alberga el museo no podía crecer más. Esto ha llegado a una degradación del museo más importante del mundo que para los turistas puede pasar inadvertida, pero para los empleados es un motivo de protesta.

Las soluciones pasan por acotar el número de visitantes diarios y reforzar las plazas más críticas en el mantenimiento de las obras y el propio museo.