En 2018, la campaña del Día Mundial del Medio Ambiente se centró en la contaminación por plásticos, alertando de que cada año se vierten a los océanos unos ocho millones de toneladas de plástico, lo que constituye una amenaza para la biodiversidad marina y los seres humanos. Hace unos meses, un estudio de la ONG Ocean Conservancy advertía además de que la primera fuente de basura mundial no son los envases de alimentos, ni las botellas, ni las bolsas de plástico: son las colillas.

Las colillas “no solo contaminan las aguas con su presencia”, explica, por su parte, Fundación Aquae en su web; “también acaban en los estómagos de los peces al ingerirlas”. Según recuerda el informe de Ocean Conservancy, la mayoría de los filtros de las colillas están hechos de acetato de celulosa, un termoplástico que hace que las colillas alberguen sustancias tóxicas como hidrocarburos policíclicos aromáticos, nicotina, arsénico y otros metales pesados.

Diversos estudios, expresa Libera, “muestran que su efecto contaminante puede durar entre siete y doce años, e incluso algunos autores afirman que pueden llegar hasta los 25 años”.

La ONG indica que las colillas suponen el 13% del número total de desperdicios recogidos en su campaña mundial. Así, si anualmente se fuman 6 billones de cigarrillos en todo el mundo, 4,5 billones se desprecian en espacios públicos. Según el proyecto Libera, estos desechos pueden viajar miles de kilómetros y contaminar diferentes ecosistemas, y así se hallan muy a menudo en zonas urbanas, pero también en la naturaleza, incluidos los océanos.