Cada vez está más claro que la inteligencia artificial se parece más a la inteligencia natural. O al menos a la inteligencia humana. Con sus ventajas y sus inconvenientes. Por ejemplo eso tan nuestro de desarrollar prejuicios parece estar siendo imitado por las máquinas. 

Comportamiendo copiado

Es la curiosa conclusión a la que han llegado un grupo de científicos informáticos y de psiquiatría de la Universidad de Cardiff y del MIT. Grupos de robots autónomos están creando sus propios prejuicios. Y lo hacen por imitación. Copiando el comportamiento que ven en otros robots. Más humanos no pueden ser. 

En el fondo tiene su lógica. Los algoritmos que rigen el modo de actuar de las máquinas se programan en función del análisis de millones de datos recogidos de la actividad humana. Y son interpretados de forme desapasionada. Así que a fuerza de computar hábitos sexistas o racistas, las máquinas acaban incorporándolos como propios.

Desintegrar prejuicios

La prueba para detectar este fallo no pudo ser más prosaica. Se estableció un juego de dar y quitar. Las máquinas debían decidir a quién quitaban y a quién daban. Los robots tomaban estas decisiones en función del grupo y de los datos. Al tomar decisiones respaldas por el colectivo, las máquinas reafirmaban esta actitud de manera cada vez más fuerte. 

Y como ocurre en los entornos humanos, estos prejuicios, esta toma de decisiones en función de la reputación del individuo, se han revelado extraordinariamente difíciles de cambiar. Ya lo dijo Albert Einstein: “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.