En una España donde la prensa estaba censurada, la radio vigilada y la palabra libre podía costar cárcel o exilio, la resistencia encontró un aliado diminuto pero poderoso: la octavilla. Aquellos papeles, del tamaño de una mano, circularon en silencio por fábricas, facultades, parroquias y barrios obreros. Hoy, su propia fragilidad —papel barato, tinta corrida, tiradas mínimas— contrasta con la fuerza simbólica que tuvieron en la lucha contra el franquismo.

En los sótanos de casas particulares, en locales de asociaciones encubiertas o en talleres de barrio que de noche apagaban casi todas las luces, se imprimían miles de mensajes prohibidos. Eran textos breves, directos, sin firmas, que llamaban a huelgas, denunciaban detenciones o recordaban fechas simbólicas.

Producirlos era una labor artesanal: máquinas de stencil, multicopistas manuales o simples plantillas de alcohol. Todo valía, siempre que fuera silencioso. El ruido podía delatar una imprenta clandestina; el olor a tinta, comprometer una vivienda entera.

Quien participaba en la distribución asumía riesgos considerables: detenciones, torturas, juicios sumarísimos. Por eso, la cadena de producción se fragmentaba. Nadie debía conocer demasiado sobre nadie.

El pequeño papel que rompía el silencio

En una dictadura obsesionada con controlar la información, las octavillas funcionaban como una grieta. Caían desde ventanas, aparecían en los pupitres de madrugada, se deslizaban bajo puertas o se repartían en segundos en las fábricas durante un cambio de turno.

Lo importante no era la cantidad, sino el gesto: demostrar que había otros que pensaban distinto. A menudo, una sola frase bastaba para agitar la quietud forzada del régimen:
    •    “¡Libertad para los presos políticos!”
    •    “Huelga mañana.”
    •    “Vota NO.”
    •    “Contra el silencio impuesto.”

Universidades y fábricas: epicentros de la difusión

Las octavillas tuvieron especial protagonismo en dos escenarios: las universidades y el movimiento obrero. En las facultades, fueron un arma esencial para organizar asambleas, denunciar la represión o difundir convocatorias estudiantiles. Se multiplicaron en los años sesenta, cuando el movimiento universitario se convirtió en uno de los frentes más activos de oposición.

En las fábricas, las octavillas ayudaron a articular huelgas y protestas laborales en un contexto donde los sindicatos libres estaban prohibidos. Los Comités de Empresa falangistas no podían canalizar el malestar, y el papel clandestino suplió lo que la ley impedía.

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Palabra oculta

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