La carretera que une Málaga con Almería guarda uno de los episodios más oscuros y menos recordados de la Guerra Civil española. La Desbandá —como la bautizó la población local— sigue siendo, casi nueve décadas después, una herida abierta. Entre el 7 y el 12 de febrero de 1937, decenas de miles de civiles huyeron hacia el este empujados por el avance de las tropas franquistas. Lo hicieron prácticamente sin protección, por una vía estrecha que serpentea entre el mar y la montaña, convertida entonces en corredor de muerte bajo el fuego combinado de artillería terrestre, aviación italiana y naval franquista.

Los testimonios que han llegado hasta hoy hablan de una riada humana de mujeres, ancianos y niños. Avanzaban a pie, con lo puesto, arrastrando carros improvisados o maletas que pronto quedaban abandonadas en los arcenes. La cifra exacta de quienes iniciaron ese camino nunca se ha podido fijar con precisión. Las estimaciones de historiadores y memorialistas varían entre las 100.000 y las 300.000 personas. Entretanto, las víctimas mortales se calculan en varios miles. La ausencia de registros, las fosas improvisadas y la confusión de aquel éxodo dificultan cualquier cómputo definitivo.

La cronología de los hechos es conocida. Málaga, gobernada por autoridades republicanas desbordadas por la crisis interna del bando, cayó el 8 de febrero de 1937. Antes de que las tropas italianas y franquistas entraran en la ciudad, el pánico se extendió entre la población civil. Quienes podían huían de un frente que se había derrumbado. El general Queipo de Llano había anunciado públicamente castigos ejemplares. Las emisiones de Radio Sevilla —famosas por su tono brutal y sus amenazas— se habían convertido en propaganda del terror. Para miles de familias, escapar se volvió la única opción imaginable.

El camino hacia Almería, entonces un trayecto lento incluso en tiempos de paz, se transformó en un embudo letal. A la altura de Torre del Mar comenzaron los bombardeos. Los cruceros Baleares, Canarias y Almirante Cervera disparaban sobre la columna civil desde el mar. En el aire operaban aviones italianos y alemanes. La misma carretera se llenó de cadáveres que nadie podía retirar. Los supervivientes relataron más tarde escenas de caos: familias separadas, niños perdidos, animales muertos bloqueando el paso, heridos que suplicaban auxilio mientras el grupo seguía avanzando porque detenerse significaba exponerse aún más.

Las crónicas posteriores revelan también momentos de solidaridad espontánea. Vecinos de los pueblos de la costa ofrecieron agua, pan o mantas, en ocasiones arriesgando su propia seguridad. Algunas brigadas republicanas trataron de cubrir la retirada, mal armadas y en inferioridad absoluta. La imagen del doctor Norman Bethune, médico canadiense del servicio sanitario republicano, se convirtió en un símbolo de auxilio. Su ambulancia logró evacuar a centenares de personas y dejó un testimonio fotográfico que constituye hoy una de las pruebas documentales más valiosas sobre la tragedia.

Al llegar a Almería, los refugiados se toparon con una ciudad incapaz de absorber semejante afluencia. Escuelas, iglesias y almacenes se improvisaron como alojamientos. Las autoridades republicanas organizaron comedores y repartos de ropa. Muchos malagueños continuaron viaje hacia Murcia o Valencia, empujados por el miedo a un nuevo avance del frente. Otros se quedaron en Almería, donde la presión demográfica derivó en escasez y brotes de enfermedades. La Desbandá no terminó al cruzar la meta geográfica: la posguerra extendió sus consecuencias durante décadas para quienes sobrevivieron.

El relato de la Desbandá quedó sepultado durante el franquismo. La censura impidió cualquier referencia pública, y solo la memoria oral mantuvo vivo el episodio. A partir de los años 90, el interés académico y social comenzó a crecer. Investigadores como Encarnación Barranquero, José María Azuaga o Andrés Fernández han dedicado estudios monográficos a lo ocurrido, reconstruyendo itinerarios, recogiendo testimonios y señalando los lugares donde aún pueden hallarse restos de víctimas. Los actos memorialistas, incluidos los marchas anuales que recorren parte del trayecto original, han contribuido a situar la tragedia en el debate público.

La discusión historiográfica se centra en varios puntos. Uno de los más relevantes es el carácter sistemático del ataque a la población civil. Para numerosos expertos, la combinación de bombardeos aéreos y navales contra una columna compuesta casi en su totalidad por no combatientes constituye un ejemplo temprano de guerra total. Las fotografías de Bethune y los informes de organizaciones humanitarias de la época refuerzan esta lectura. Otros historiadores matizan, recordando el contexto militar y la dificultad de separar plenamente objetivos civiles y militares en un escenario de retirada generalizada. Sin embargo, el consenso mayoritario subraya la desproporción del uso de la fuerza.

La ausencia de un reconocimiento institucional claro también ha generado debate. Algunos municipios han impulsado memoriales propios, mientras asociaciones de memoria histórica reclaman una actuación estatal semejante a la que se ha dado a otras tragedias. A nivel local, las huellas físicas de aquel febrero de 1937 empiezan a ser visibles en paneles conmemorativos, rutas señalizadas y exposiciones. La recuperación del patrimonio memorialista avanza, aunque de forma desigual.

La Desbandá se ha convertido en objeto de estudios literarios, documentales y trabajos artísticos. Las nuevas generaciones conocen la historia a través de novelas, obras de teatro o series documentales que han encontrado un público creciente. La democratización de archivos familiares —fotografías, cartas, libretas escolares— ha permitido recuperar miradas íntimas que complementan la investigación académica.

A pesar de los esfuerzos, persisten preguntas sin resolver: cuántas personas murieron, cuántos desaparecieron, dónde se encuentran todas las fosas. La falta de datos oficiales y la magnitud del éxodo dificultan cualquier cierre definitivo. Lo que sí existe es un acuerdo amplio sobre la dimensión humana de la tragedia. La Desbandá no fue un episodio marginal, sino una de las mayores huidas civiles de la Guerra Civil.

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