¿Por qué lanzamos mensajes en botellas al mar? Las probabilidades de que ese mensaje llegue a manos de otra persona son muy bajas. Normalmente esa botella quedará a la deriva durante muchísimo tiempo, de mar en mar y de océano en océano. ¿Es quizás por nuestra necesidad innata de comunicarnos, aún sin límites en el tiempo y la distancia?, o ¿por puro romanticismo?

Lo cierto es que, en ocasiones, ese simple gesto termina conectando a personas que no tiene nada que ver, o sí. Uno de los casos más famosos es el de Chunosuke Matsuyama, un marinero japonés que en 1784 naufragó junto a 44 compañeros. Antes de que murieran de hambre, el hombre dejó escrita su tragedia en una botella que lanzó a la inmensidad del océano. En 1935, resistiendo a tsunamis y huracanes mejor que muchos grandes buques, el mensaje llegó 151 años después a la misma aldea donde había nacido Chunosuke.

Pero nuestro protagonista se encontraba mucho más cerca. Hace algunos días un pescador se encontraba faenando en las costas del País Vasco. Un día cualquiera para Manuel, que estaba meciéndose en su barco sobre las aguas del golfo de Vizcaya. A cinco millas de la localidad guipuzcoana de Orio, a la espera de capturar alguna merluza o sardina para llevarse a casa, lo que finalmente pescó fue una botella de cristal con dos cartas en su interior.

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El mensaje de Anne


Casi un par de meses antes, una niña alemana llamada Anne se encontraba de vacaciones en la Bretaña francesa. Allí, agobiada por un futuro viaje a los Estados Unidos, decidió verter sus miedos al gigantesco atlántico. Quizás otra persona encontrase su carta y se sintiera identificada. Con algunas partes borradas ya, en la carta, escrita en inglés, podemos leer:


Hey!
Mi nombre es Anne y soy de Alemania. Escribo esta carta porque mi madre dijo que me ayudaría ya que estoy triste porque no tengo una familia de acogida. En agosto volaré a Estados Unidos para vivir allí durante 5/6 meses por un intercambio de estudios. Por ello pienso habitualmente sobre mi familia de acogida y por qué no tengo una. Pero no escribo esta carta desde Alemania, la escribo en mis vacaciones. Mi familia y yo estamos en Plazevel, Francia. Este pequeño pueblo está en Bretaña, junto al Atlántico. Caminamos, nadamos, montamos en bicicleta, vamos de compras… Estaremos aquí dos semanas. Así que, cuando leas esta carta, estaré muy feliz cuando me respondas a mi e-mail. Puedes escribirme sobre lo que estás haciendo, cuales son tus problemas y donde encontraste mi botella! Escríbeme lo que quieras. Estaré muy feliz cuando alguien me responda! Quizás, para entonces, ya tenga una familia de acogida y pueda decirte donde vivo. Estaré feliz en mis vacaciones.
Saludos, Anne
.”

Tras ella, una segunda participante en la cadena transmaritima decidió darle un nuevo empujón al proyecto. Annef volvió a tirar la botella al mar unos días después:

Hola, he encontrado esta botella el siete de julio en la playa de Penhors, Plovan (departamento 29, Finisterre). Probablemente donde la acaban de tirar al mar. He decidido darle una ayuda con una nueva salida, entre Lorient y la isla de Groix este jueves 12 de julio. Me voy a la isla de Groix en coche, tren y barco para unos días de vacaciones. Me gustaria tener noticias de esta botella cordialmente Annef”.
 

Tras unos 850 km por las costas francesas, la botella acabó en las manos de Manuel, que continuó contribuyendo a este aleatorio viaje:

Hola Anne, no se a quien me dirijo porque veo dos nombres iguales. Os escribo para deciros que he encontrado vuestra botella con su mensaje a 5 millas de Orio, pueblo de la costa vasca cerca de San Sebastián, que es la capital de Guipúzcoa, España. Os envío una foto para que me veais, cordialmente, Manuel

Tanto Anne como Annef y Manuel pudieron seguir manteniendo el contacto mediante e-mail, una vía algo más rápida. Las corrientes marinas son caprichosas y, quizás, las movidas aguas del cantábrico lleven este pequeño tesoro más allá de la Costa da Morte y, en unos meses, Manuel Anne y Annef reciban noticias desde Cuba o Brasil.

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