El éxodo de los pueblos a las medianas y grandes ciudades es desde hace décadas un quebradero de cabeza para gobiernos de todo el mundo. Los problemas de las zonas rurales para crear tejido empresarial derivan de otros anteriores que, en muchos casos, guardan relación con su accesibilidad. En mitad de este problema encaja una pieza, que además cumple con las actuales preocupaciones sobre el futuro del planeta.

El gas licuado (GLP) es un producto desconocido para buena parte de los consumidores.

Se trata de una mezcla de gases licuados presentes en el gas natural o disuelto en el petróleo. En la práctica, se puede decir que es una mezcla de propano y butano, una fuente de energía eficiente y sostenible con un poder calorífico mucho mayor: una llama de GLP produce mucho más calor que la de los combustibles tradicionales. Se estima que esta relación efectividad-coste puede representar cinco veces más eficiencia.

Se puede aplicar en diversos sectores de la economía y ofrece ventajas para el medio ambiente y la salud humana gracias a sus bajos índices contaminantes: durante su combustión, genera un 36% menos de emisiones de dióxido de carbono que el carbón, un 15% menos que la gasolina y un 10% menos que el diésel.

Contra el cambio climático

Al tratarse de una fuente baja en carbono, el gas licuado está siendo reconocido como un gran aliado en la lucha contra el cambio climático y el efecto invernadero. Con una ventaja más: no genera residuos.

Uno de los sectores que ya le está sacando provecho es la automoción. Buena muestra es el número de matriculaciones de vehículos de autogás, que en el primer semestre de 2018 se multiplicaron por cinco respecto al mismo periodo del año anterior.

Tres marcas copan el 89% de este segmento del mercado: Fiat, Opel y Dacia.

Industria al margen, su aplicación puede salvar uno de los espacios más desfavorecidos y deteriorados: el mundo rural.

Casi el 20% del consumo de GLP en Europa es residencial, y principalmente en zonas rurales. La expansión de esta energía puede no sólo mejorar la calidad de vida, sino también ofrecer oportunidades en la creación de tejido empresarial a menor escala.

Es un combustible fácilmente transportable y accesible por tanto a casi cualquier núcleo urbano, por pequeño que sea y por alejado de la red de gas natural que esté.

El gas licuado tiene ya una gran cantidad de usos agrícolas y ganaderos, muchos de ellos en agricultura ecológica: secado de granos, calefacción en granjas, climatización de invernaderos, lucha anti-heladas en viñedos, quemado de rastrojos, control de plagas, desinfección de suelos, bombas de riego, secado de tabacos… Además, tiene otras muchas aplicaciones enfocadas al puro bienestar, como proporcionar agua caliente, calefacción y climatización a cualquier edificio fuera de la red de gas natural, ya sea en viviendas, hoteles rurales, hospitales o centros públicos.

"Buena herramienta"

“Iniciativas como el GLP pueden suponer una avance muy importante para no solo los agricultores, sino para todas aquellas personas que viven en el medio rural”, según señalan desde ASAJA Bruselas, uno de los colectivos que más apoyo está prestando a difundir esta energía.

En palabras de Miguel Arias Cañete, comisario para Acción por el Clima y Energía, ”es fundamental que Europa y nuestros agricultores reduzcan la dependencia energética que sufrimos de otros países, y el GLP es una buena herramienta”. 

ASAJA Bruselas tiene más motivos para apoyar cualquier tipo de innovación que ponga alternativas (como el GLP) al alcance de los agricultores: “Hemos visto recientemente la incertidumbre que ha creado el nuevo gobierno de España con una posible prohibición de los motores diésel. Esto sería catastrófico para el sector agrario europeo, porque hoy la maquinaria agrícola sólo funciona con diésel”, argumentan.