Parafraseando la célebre frase inicial del Manifiesto Comunista, elaborado por Karl Marx y Friedrich Engels y publicado por vez primera en 1848, hoy hay otro fantasma que recorre no ya Europa sino el mundo entero: el fantasma del populismo. Cuando Marx y Engels escribieron “un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo” llevaban en parte razón, aunque sus presagios no se materializaron con tanta rapidez como esperaban ni dieron los frutos deseados. Ahora está por ver con cuanta prontitud se expandirá este nuevo fantasma y, lo que sin duda es más importante, cuáles serán sus resultados.

De entrada, en un mundo tan globalizado y al mismo tiempo tan acelerado como el que nos ha tocado vivir, es evidente que el fantasma del populismo no es un fenómeno específica o estrictamente europeo, como en sus orígenes lo fue el fantasma del comunismo. La creciente implantación y extensión de este nuevo fantasma populista es una realidad no solo ni principalmente europea, sino que se produce a escala mundial. Es muy cierto que tenemos ya muchos ejemplos en gran número de países europeos -el más reciente y preocupante, Italia, sometida tras sus últimas elecciones legislativas a una gobernabilidad poco menos que imposible después del casi empate técnico entre dos formas de populismo supuestamente antagónicas-, con antecedentes muy evidentes en Polonia, Serbia o Croacia, pero también en el Reino Unido, Francia, Austria, Holanda, Alemania, Dinamarca, Finlandia, Chequia, Eslovaquia, Rumanía, sin olvidarnos de España. Pero el populismo está muy presente también en Rusia y en un número nada despreciable de las antiguas repúblicas soviéticas, así como en algunos países latinoamericanos, con el caso paradigmático de Venezuela en un lugar muy destacado. El ejemplo de la cada vez más potente expansión mundial del populismo está en Estados Unidos, con Donald Trump como presidente de la primera superpotencia global.gar

El denominador prácticamente común de todos estos movimientos populistas es un nacionalismo exacerbado, que en algunos casos adopta tintes etnicistas o racistas pero que siempre se caracteriza por un componente xenófobo, muy bien representado en el lema que el propio Donald Trump viene repitiendo una y mil veces, hasta la saciedad: “America First”. Es la respuesta dura, airada, instintiva y primaria frente a la realidad de la globalización, y también frente a la creciente y aparentemente imparable aceleración de los tiempos históricos. Es, y ahí radica sin duda alguna el rasgo más definitorio de todo populismo, una respuesta fácil, directa y simple a problemas muy complejos, de resolución en ningún caso fácil ni rápida. Es siempre la pura y simple apelación a las emociones personales y colectivas, a los sentimientos más íntimos, al rechazo a la racionalidad. Es el regreso a la tribu, a una suerte de negación de la realidad, a una forma de solipsismo colectivo que conduce a la asunción de una temible distopía que se confronta con una utopía soñada e imposible, a un tipo de espejo que a la postre se convierte en simple espejismo. Pero aquí está: un fantasma recorre el mundo: el fantasma del populismo.