La revolución digital está transformando profundamente muchos sectores económicos: desde el comercio hasta el transporte, la sanidad o la industria manufacturera. La capacidad de las plataformas digitales como espacios para ordenar la oferta y demanda de los mercados ha erosionado el papel de los intermediarios tradicionales, y el papel de los intermediarios tradicionales se está viendo amenazado.

El sector bancario se enfrenta a las mismas presiones. Las posibilidades que ofrecen las plataformas de Fintech, están amenazando su posición tradicional en el mercado. Hoy podemos transferir dinero a través de móvil sin tener que pasar por nuestras cuentas bancarias. Podemos pagar utilizando aplicaciones generadas por los fabricantes, y podemos pedir prestado y prestar dinero a través de plataformas de crowdfunding. Hay startups que hasta se dedican a proporcionarnos seguros de tipo de cambio cuando operamos en diferentes divisas, o a ofrecernos microseguros cuando cogemos un vehículo compartido. Muchas de las funciones para las que utilizábamos los servicios bancarios se están trasladando a servicios financieros mucho más eficaces y ágiles. De acuerdo con un estudio de la consultora EY este mismo año 2019, el 64% de los consumidores y el 25% de las pequeñas y medianas empresas están utilizando servicios de Fintech de manera habitual o esporádica.

El privilegio que tienen los bancos tradicionales es que todos estos servicios descansan sobre la infraestructura que ofrecen sus cuentas y depósitos bancarios. Pero este privilegio está también amenazado: la aparición de las criptomonedas amenaza con romper el monopolio bancario de los depósitos. Así, monedas como el Bitcoin se han ganado su espacio, si bien con un papel más parecido a un activo financiero especulativo que a una moneda de uso corriente. La decisión de Facebook de lanzar su propia criptomoneda -la Libra- ha terminado de alertar al sistema financiero, pues el potencial de Facebook para promover la divisa la situaría como un importante actor en el conjunto del sistema financiero y monetario.

El cambio de mayor profundidad que se está gestando es la creación de criptomoneda pública por parte de los Bancos Centrales. En un seminario organizado por la Fundación Ramón Areces el pasado día 23 de octubre, Miguel Ángel Fernández Ordoñez y Joseph Huber expusieron los avances de investigación sobre el dinero seguro, esto es, dinero emitido y mantenido en cuentas en el Banco Central, que actuaría como dinero de curso legal y donde los depósitos de los particulares ya no se situarían en el sistema bancario, sino en el propio Banco Central. En otras palabras: si el Banco Central Europeo emite una criptomoneda segura y los ciudadanos tenemos nuestras cuentas en el mismo banco central -aspecto que hoy la tecnología permitiría realizar sin ningún problema- el papel del sistema financiero, y particularmente del sistema bancario, cambiaría radicalmente.

En efecto, una parte fundamental del importante papel del sistema bancario en nuestra economía es su papel como custodio de nuestros ahorros. Que un banco quiebre pone en riesgo nuestra capacidad para recuperar ese dinero, como han demostrado históricamente las corridas y corralitos bancarios en los países en crisis graves. Pero si los depósitos ya no se tienen en la banca comercial, sino en el banco central, a través de un sistema de registro incorruptible, nuestros ahorros tienen la máxima seguridad. Y si nuestros ahorros tienen la máxima seguridad a través de este registro, ¿qué sentido tiene mantener la regulación excesiva sobre el sistema bancario? ¿Qué sentido tendría mantener la protección frente a las quiebras?

En un sistema como el planteado a través de la creación de dinero seguro, el dinero bancario -esto es, aquel que se crea a través del ejercicio bancario de crear préstamos y depósitos- dejaría de tener sentido y la política monetaria no necesitaría el tipo de interés, que sería estrictamente el que fijara el mercado. La política monetaria se basaría en el ritmo de emisión de nuevas criptomonedas, que bien podrían ir a los ciudadanos directamente, de manera muy similar a “lanzar dinero desde un helicóptero” como diría Milton Friedman, o bien al gobierno, evitando -o no- enlazar la política monetaria con la política fiscal. En este contexto, la política monetaria no necesitaría del canal del crédito, sino que llegaría directamente a las personas, sin generar nueva deuda -que es el riesgo que se corre con la política monetaria actual.

Las implicaciones que se abren sobre estas posibilidades son muy profundas y amplias: el sector financiero es un sector extraordinariamente sensible para nuestras economías, como todos aprendimos durante la crisis de 2008. Los avances tecnológicos están transformando a gran velocidad este papel, y además de las iniciativas privadas, comienzan a ser relevantes las iniciativas de carácter público: China se ha lanzado ya a la emisión de su propia criptomoneda, y son cada vez más los estudiosos que avanzan en el rediseño del nuevo sistema financiero digital.

Tendremos que estar atentos a su desarrollo: de momento lo que sabemos es que el sistema financiero está en el momento de una gran transformación que puede acabar por reducir en gran medida el papel que juegan los grandes bancos en nuestro sistema económico. De ser así, las implicaciones son difíciles de abarcar.