La responsabilidad social (ESG) de la empresa se ha convertido en uno de los estandartes de muchas compañías en los últimos años. Hay numerosos fondos de inversión que solo invierten en empresas que tengan un compromiso ético con la sociedad que pasa por sus trabajadores, por sus proveedores, por los productos que fabrican y también por la huella de contaminación en sus procesos productivos.

Un fenómeno que nos ha traído los bonos verdes, comprometidos con las tecnologías limpias bajo la aspiración de ser neutros en las emisiones de gases contaminantes. Tal vez, lejos de estas modas que muchas veces solo esconden estrategias de marketing, España fue pionera con las ya desaparecidas cajas de ahorros. La obra social de las cajas de ahorros que ahora mantienen algunas fundaciones como la de La Caixa, era una manera de devolver a la sociedad parte de lo ganado. En los momentos más gloriosos –justo antes de que desaparecieran las cajas de ahorros por la crisis de 2008- la obra social sumó 1.000 millones de euros. Un dinero que iba a sufragar instalaciones deportivas y recreativas de la llamada España vacía, a bibliotecas, eventos culturales y también a residencias de ancianos.

El Covid-19 ha puesto de nuevo la responsabilidad social de la empresa en primer plano, y debe ser una realidad que haya venido para quedarse para siempre. Recientemente, compañías como Ferrovial han creado un fondo de 10 millones de euros para esta pandemia o Acciona ha prometido 4.000 euros para sus empleados hospitalizados, mientras Mercadona ya anunció una paga especial para sus trabajadores ante el trabajo extraordinario que les ha caído por el coronavirus.

Inditex ha sido también un caso muy significativo tanto por su ayuda monetaria como por poner a disposición sus contactos en China para traer material sanitario con el que aplacar la furia del virus. La responsabilidad empresarial tiene en esta desgracia una oportunidad única de mostrar su apoyo a la sociedad de la que obtiene su negocio y sus beneficios en un contexto muy complicado para todos. Y aquí no sirven las campañas de maquillaje ni de marketing, como tampoco las críticas sin sentido que muchos hacen viendo solo el fenómeno como una parte más de la publicidad empresarial.

La fabricación por parte de Seat de los respiradores artificiales para salvar la vida de los más afectados, permanecerá en la mente de todos y puede ser un elemento a tener muy en cuenta a la hora de cambiar de automóvil. Una empresa que supo arrimar el hombro en un momento tan complicado.

Creo que ese espíritu de compromiso con la sociedad de la que hacen gala muchas compañías va a extenderse y a perdurar en el tiempo. Cuando lo único que priva es el beneficio, el capitalismo acaba haciendo aguas y sumando cada día más detractores. El ser humano debe ser el centro de las decisiones económicas y empresariales y no los números ni los porcentajes de crecimiento.

Es necesario que esta corriente contagie al conjunto de las compañías en el mundo para que las más egoístas e insolidarias no se beneficien del buen comportamiento de sus competidores. Y aquí los ciudadanos de a pie tenemos mucho que decir. Los inversores ya compran fondos de inversión que tienen esos criterios a la hora de seleccionar compañías. El consumidor también debe decantarse por esas firmas que quieren compartir su riqueza generada con el resto de la sociedad, empezando por sus propios trabajadores. Y una buena señal sería escapar de las complicadas estructuras fiscales que permiten a muchas empresas pagar menos impuestos. Aquí, el trabajo de los Gobiernos es decisivo para ir desmontando uno a uno los paraísos fiscales que todavía se extienden por el planeta y que sirven para el fraude y la ocultación de información sensible.

Aún es posible que de este mal sueño que vivimos con la pandemia del Covid-19 salgan cosas buenas  y todos desde nuestra responsabilidad intentemos crear una sociedad más justa.