El expresidente del BBVA, Francisco González, ha declarado este lunes en la Audiencia Nacional para esclarecer la contratación del excomisario José Manuel Villarejo con el fin de espiar a clientes morosos, periodistas y a la competencia. Una forma de actuar a la que no son ajenas otras empresas del Ibex 35 que bajo una apariencia de buen gobierno corporativo, con sus correspondientes departamentos, actúan –no todas, afortunadamente- como el hampa.

Francisco González no se caracterizó por ser un gestor brillante como lo evidencia que después de 18 años en la presidencia, el BBVA valiera 2.000 millones de euros menos en Bolsa. En ese momento, el BBVA era el mayor banco de España (39.000 millones de euros de capitalización) y superaba en valor bursátil a su eterno competidor, el Banco Santander, en más de 2.000 millones de euros.

Y eso que siempre se revistió de un halo de gran profesional que, a edad avanzada, dejó su responsabilidad en una compañía de informática para opositar con éxito al cuerpo de Agentes de Cambio y Bolsa, cuando yo le conocí. De ahí y apoyado por agentes afines al Partido Popular como Manuel Pizarro, logró encumbrarse a la banca pública de Argentaria y posteriormente liderar la fusión con Banco Bilbao Vizcaya. Algo que sorprendió en su momento ante la oposición brutal de las familias de Neguri cuando se produjo años antes la fusión entre el Bilbao y el Vizcaya. Algún as se sacó FG de la manga para que todo aquello se resolviese como una balsa de aceite.

En casi 20 años Francisco González no supo crear valor en el banco pese a quedarse a precio de saldo con Caixa Catalunya. Y eso que iba de gran prócer de la economía, siempre con políticas ultraliberales en contra de los salarios y derechos de los trabajadores. Un personaje con un ego tremendo para el que casi todos éramos clases pasivas a las que había que sufragar, sabedor de pertenecer a una élite productiva y sacrificada. Tantos discursos y charlas sobre la necesidad de competencia y de trabajar con salarios bajos para luego irse con pensión de millones de euros y dejar un banco menos valioso que cuando lo cogió. Paradojas del establishment. Su decidida apuesta por Turquía ha provocado también numerosos quebraderos de cabeza en un país que ha ido radicalizándose y alejándose de la Europa a la que quería pertenecer.

Poco, sin embargo, hablaba este prócer de su banco y del sector al que pertenecía. No parecía mucho interesarse por este tema, metido más en cábalas políticas en las que sonó su nombre para una cartera ministerial, por supuesto en el ámbito del Partido Popular.

No solo daba doctrina sobre lo poco eficientes que eran los trabajadores españoles y su escaso espíritu emprendedor. Sus grandes pasiones se resumían en dos: la informática y la ética. Durante esos 18 años de presidencia del BBVA se hartó de hablar de la necesidad de preparar la banca para los cambios que se avecinaban. Parecía más un consultor tecnológico que un banquero. Sorprendía que en cualquier presentación de resultados o aparición pública su único discurso era el de la tecnología en la banca, ignorando otros retos de las entidades financieras, cuando muchos de sus competidores sin tantos aspavientos le adelantaban en servicios de banca online (véase Bankinter, por ejemplo).

Y la parte más chocante de este expresidente sentado ahora a declarar sobre su relación con el excomisario Villarejo eran sus arengas sobre la ética en la banca. Frases suyas son: “La crisis ha desvelado carencias éticas en las empresas”; “Necesitamos más principios y más ética en los negocios y en la industria financiera” o “Necesitamos dotar de criterio ético a las máquinas más sofisticadas”. Es más, el BBVA editó en 2011 un libro titulado Valores y Ética para el siglo XXI, con un capítulo firmado por Francisco González con el encabezamiento Ética en la empresa y en las finanzas: el gran reto poscrisis.

Tal vez, en su ensimismamiento, FG siga pensando que no se ha reconocido su valía y que ¿qué sabrán esos pobres tontos?