La propuesta de algunos economistas y políticos de que el Banco Central Europeo (BCE) destruya (amortice) la deuda española que ha ido comprando durante las sucesivas crisis es una muestra más de que vivimos tiempos en donde todo es posible. No hace tantos años costó mucho trabajo convencer a los centroeuropeos para que permitieran que el banco emisor de la eurozona pudiese comprar deuda. Aunque Alemania siempre se opuso y se ha opuesto a la mutualización de la deuda por la que el BCE podría emitir bonos europeos en vez de los de las distintas economías, este proceso se ha producido de facto.

El hecho de que el BCE compre la deuda de los países es una auténtica mutualización de la deuda porque los inversores en estos activos saben que habrá una mano al final del camino que se hará cargo de adquirir esos títulos. Esto es lo que ha permitido (además de la bajísima inflación) que los tipos de interés en Europa se encuentren al cero por ciento y que además muchos bonos europeos ofrezcan rentabilidades negativas (incluidos los españoles, italianos y algunos griegos). Gigantesco favor el de Europa a las economías más desequilibradas del Sur, que ahora ven multiplicarse sus déficits públicos por la pandemia, como ocurre también con otras economías más estables y seguras del Viejo Continente.

En total, el Estado español –si el BCE aceptase esta propuesta que ha rechazado de plano en boca de su presidenta Christine Lagarde- se ahorraría 384.000 millones de euros que son los que ha empleado el banco europeo en comprar deuda española. En principio, parece una excelente idea quitarse esa carga que tarde o temprano habrá que pagar, bien al BCE o a los inversores que posteriormente adquieran esos títulos en el mercado.

Trasladado al mundo de las familias, esta medida sería como eliminar la deuda de las hipotecas y los préstamos personales o reducirla sustancialmente. ¿Por qué si el BCE perdona la deuda de los Estados no iba a hacerlo el banco con sus clientes que tienen préstamos o créditos, sean familias o empresas?

Además del agujero que se haría en el propio balance del banco europeo al destruir esta deuda donde se haría más que patente cómo funciona la maquinita de hacer dinero y, por tanto, de fabricar inflación hasta niveles astronómicos, no parece una medida muy justa. En estos momentos complicados tiene mucho más sentido conceder ayudas directas, perfectamente auditables para impulsar la economía que destruir la deuda. Y no es una medida justa porque mientras unas familias se han ajustado a su presupuesto y han optado por la austeridad, la condonación de la deuda beneficiaría a los manirrotos, a aquellos que no han buscado el equilibrio entre sus ingresos y sus gastos. La cigarra premiada frente a la trabajadora hormiga.

Esta iniciativa es, además, perversa per se. ¿Qué mensaje estamos mandando a las nuevas generaciones de europeos? ¿Tiene algún sentido fiscalizar el gasto y optimizar los recursos que se piden al mercado para hacer inversiones o cubrir el gasto social? Pues no, porque al final llegaría Europa y pagaría la fiesta, por muy excepcionales que sean ahora las circunstancias de la pandemia de la Covid-19.

La ayuda de Europa, su dinero, debe orientarse a la creación de riqueza y de puestos de trabajo, con España en primeros puestos del paro con una tasa de desempleo que supera el 16% (porcentaje moderado aún por gracia de los ERTEs). Reindustrializar, digitalizar la economía, mejorar en competitividad, evitar el vaciamiento de población de grandes extensiones del país, etcétera, tendrían todo el sentido, con políticas consensuadas y una estricta vigilancia de los gastos y su rentabilidad en términos de riqueza y empleo.

Esta propuesta de amortizar la deuda en manos del BCE, me suena al aprobado general que piden los alumnos o a la laxitud en los suspensos con los que se puede pasar de un curso a otro. Es un camino equivocado, frente al del esfuerzo, la seriedad y la necesidad de abordar los graves problemas económicos que nos aquejan.