La mayoría parlamentaria independentista ha proclamado la república sin haber declarado antes la independencia, sin que el presidente Puigdemont abriera la boca en el Parlament, sin ninguna solemnidad y con escasa emotividad. Tal vez porque todos los allí presentes eran muy conscientes de la ruptura histórica que estaban asumiendo y el primer resultado que estaban provocando: la suspensión de facto de las instituciones catalanas. Era un bautizo y también la invitación a un funeral, con la sospecha de que llegará antes el entierro que la fiesta del bautismo.

El ambiente en la cámara catalana no era de celebración, comparado por ejemplo con la alegría existente en los mismos pasillos cuando la aprobación de la versión original del Estatut en 2005. No hubo cava porque a muchos les pesaba en el alma la consecuencia de su osadía: la necesidad de una movilización popular para defender a la república que su teórico presidente no ha sabido defender en sede parlamentaria.

La rueda de prensa de Putin para reconocer a la nueva república no llega y en cambio el Gobierno Rajoy recibe los apoyos habituales de los estados de la Unión Europea para aplicar su amenazador artículo 155 que va a enterrar el autogobierno reconocido hace 40 años y muy probablemente destruirá el pacto constitucional que dio vida al Estado de las Autonomías. Se acabó el tiempo de las esperanzas y empiezan los días de las grandes responsabilidades de todos y cada uno de los protagonistas.

Pronto habrá un gobierno del 155 y un gobierno republicano quien sabe dónde

Hay una calle de fiesta y otra calle que se prepara para salir el domingo para aplaudir la ocupación administrativa del Gobierno catalán. Pronto habrá un gobierno del 155 y un gobierno republicano quien sabe dónde, tal vez en la cárcel; un parlamento bajo vigilancia del Estado y probablemente una asamblea de cargos electos para dar continuidad al proceso constituyente inaugurado por JxSí y la CUP. El escenario es el vaticinado por los antisistema hace meses, es su triunfo y la primera fotografía recoge un panorama que se parece demasiado a la división del pueblo catalán, el gran peligro eludido hasta ahora en Cataluña por los diferentes gobiernos de la Generalitat.

No hay ingenuidad ninguna en la salida definitiva del Gobierno catalán y el Parlament del Estado de derecho; no había otro movimiento a realizar para mantener viva la tensión entre los seguidores una vez fracasada la maniobra de las elecciones autonómicas intentada por Puigdemont y boicoteada por Rajoy. La partida debía jugarse en el campo de la resistencia popular al 155, con todos sus inconvenientes y sus peligros.

El reto ha sido aceptado (tal vez incentivado) por el Gobierno del PP entre aplausos incomprensibles de la grada de animación del Senado ante una decisión tan grave. Rajoy tiene donde quería al gobierno Puigdemont, en la rebeldía constitucional y en la soledad internacional. Sólo le resta mandar a la policía para consumar el desastre histórico.