El gobierno de Pere Aragonés iniciará el nuevo curso político igual que acabó el anterior, con los dos socios, ERC y Junts, lanzándose mensajes idénticos, pseudo amenazas de ruptura dirigidas a satisfacer el descontento de las respectivas parroquias, que coinciden en la forma, pero no en el fondo. “Así no se puede seguir”, afirmó el secretario general de Junts, Jordi Turull. En la vigilia, Marta Vilalta, secretaria general adjunta de ERC, había dicho prácticamente lo mismo. Sin embargo, nada hace pensar que no seguirán gobernando la Generalitat en coalición los próximos meses. Ninguno de los dos partidos puede permitirse el lujo de abandonar el poder autonómico, tan denostado como imprescindible para seguir en la carrera política.

La vida en la Generalitat seguirá igual, a pesar de las muchas razones para romperse la forzada convivencia. Para ERC, el motivo central de la crisis permanente del gobierno Aragonés se debe a los problemas internos de Junts, unas discrepancias públicas que mantienen sus socios por imponer en el partido unas estrategias políticas incompatibles (unilateralidad o neoconvergencia), lo que provoca una tensión permanente que se traslada al gobierno. Para Junts, la parálisis del ejecutivo catalán responde a la desorientación en materia nacional de ERC, que, al priorizar la ayuda al PSOE en el Congreso, abandona el objetivo de todo buen independentista, la independencia, o como poco, mínimo, la búsqueda del colapso del estado español.

A estas diferencias de fondo, arrastradas de hecho desde el mismo momento de la investidura de Aragonés, se han sumado dos grandes desencuentros. La Mesa de Negociación con el gobierno Sánchez, de la que Aragonés no consigue nada substancial en opinión de Junts, más que perder el tiempo; y el conflicto provocado por Laura Borràs, al negarse a abandonar voluntariamente la presidencia del Parlament tras serle comunicada la apertura de juicio por corrupción. La aplicación escrupulosa del reglamento por parte de ERC, PSC y CUP ha dejado al Parlament sin presidencia, a Borràs en el limbo, y a Junts con un ataque de cuernos monumental.

Junts ha solicitado, para iniciar el curso, que este jueves la mesa de la cámara reconsidere la suspensión de Borràs como diputada. Los tres grupos que la suspendieron han expresado su intención de mantenerse firmes en la aplicación del reglamento y paralelamente han manifestado la urgencia de elegir una nueva presidenta. ERC apremia a Junts a ocupar un cargo que les corresponde según el pacto de legislatura y el PSC tienta a ERC con la elección de una presidencia al margen de dicho pacto, maniobra en la que participarían gustosos los Comuns. Junts contempla la posibilidad de dejar la presidencia vacante para mantener vivo el recuerdo de la colaboración de ERC con la justicia española, o sea, en su lenguaje, intolerables cooperadores de la represión.

La novedad de esta legislatura ha sido el juego de equilibrios y tentaciones que practican ERC y PSC, especialmente en los últimos meses, desde que todos los sondeos auguran una victoria electoral nítida de los socialistas, aunque bien lejos de la mayoría suficiente para gobernar. Este flirteo multiplica la desconfianza de Junts hacia sus socios y a la vez le proporciona combustible para su tesis del abandono de ERC del supuesto bando correcto de la historia. De todas maneras, el pacto de gobernabilidad entre ERC y PSC queda muy lejos todavía en el estado de ánimo de sus respectivos electorados y aunque se hayan dado modestos avances en su cooperación parlamentaria (TV3 y cargos institucionales), nada hace pensar que los republicanos se atrevan siquiera a aprobar los presupuestos con los votos del PSC, una opción que Salvador Illa le plantea a Aragonés periódicamente.

No hay solución a corto plazo. ERC y Junts están enfrentados abiertamente, sin embargo, se soportan educadamente en el Consell Executiu por razón de supervivencia; ERC y PSC se relacionan telefónicamente y se ignoran todo lo que pueden en público para no romper una hipotética perspectiva a medio y largo plazo. El episodio de Laura Borràs, cuya resolución judicial puede alargarse, no parece que vaya a ser el detonante de una ruptura oficial entre ERC y Junts por mucho que emocionalmente ambos partidos hayan roto ya los amarres. Las elecciones municipales y las autonómicas permitirán precisar el efecto de la caída de Borràs y las consecuencias de dos alternativas opuestas en el seno del movimiento independentista; al margen de la CUP, por descontado.