El Tribunal Supremo (TS) ha confirmado, en sentencia firme y ya irrevocable que el entonces presidente de la Generalitat de Cataluña, el socialista Pasqual Maragall, llevaba toda la razón cuando, en sede parlamentaria, el 24 de febrero de 2005, sorprendió a todos los presentes uando afirmó, dirigiéndose de forma inequívoca a Artur Mas y a los diputados de CiU: “Ustedes tienen un problema y este problema se dice 3%”.

Han pasado más de quince años desde entonces, pero la sentencia del TS confirma la condena a Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), a la que le exige el pago de 6,6 millones de euros, que el partido fundado por Jordi Pujol cobró de la empresa Ferrovial a cambio de la adjudicación de importantes obras públicas, para lo que dicha formación política se sirvió del Palau de la Música Catalana como intermediario. En lo único que erró Pasqual Maragall en su acusación fue en el porcentaje: no era del 3% sijno del 4%.

Han transcurrido casi once años desde que comenzó el llamado “caso Palau” o “caso Millet”, al que quizá convendría denominar “caso Convergència” o “caso 3%”. Ahora, tras la sentencia del TS, la Audiencia de Barcelona deberá decidir a quién le corresponde hacer frente al pago de estos 6,6 millones de euros con los que la ya extinta CDC ha sido condenada. Porque ahora nadie se considera heredero o continuador del legado político histórico de aquel partido. Ni JxCat, ni tan siquiera el PEDeCat.

Además de ratificar en todos sus términos las condenas de los dos máximos cargos directivos del Palau de la Música Catalana, su presidente, Fèlix Millet, y su director general, Jordi Montull -respectivamente, con nueve años y ocho meses de prisión, amén con el pago de una multa de 4,1 millones, y con siete años y medio y una multa de 2,9 millones, con la devolución de 23 millones a las entidades perjudicadas-, la trascendencia política de esta sentencia del TS estriba sin duda alguna en la condena de CDC por su financiación irregular, que ha quedado demostrada judicialmente por primera vez.

Con la agenda judicial prevista para los próximos meses, no parece aventurado afirmar que a los sucesores de la ya desaparecida CDC les esperan sucesivas sentencias de la misma importancia, tanto judicial y política como económica. Parece muy difícil que JxCat, y aún mucho menos el PdeCat, puedan acabar sin tener que hacer frente a otras sentencias muy similares.

Aunque se trate de una simple ucronía, no resulta ocioso cuestionarse qué hubiese ocurrido si en febrero de 2005 el presidente Maragall no se hubiese echado atrás en su denuncia cuando el entonces presidente de CDC y de CiU, y como tal líder de la oposición, Artur Mas, le replicó acusándole de “haber perdido los papeles”, recriminándole que era incapaz de aceptar las críticas y amenazándole con retirar el apoyo de CiU a la reforma del Estatuto de Autonomía emprendida por el gobierno tripartito de izquierdas formado por el PSC, ERC e ICV-EUiA. Como ocurre con todas las ucronías, es y será siempre imposible saber qué hubiese sucedido si el presidente Maragall se hubiese mantenido en sus trece y, por tanto, se hubiera negado a retirar su tan contundente denuncia pública.

Visto con la perspectiva histórica de los más de quince años transcurridos desde entonces, es indiscutible que todo hubiese ido de forma muy distinta en la política catalana, y por extensión también en toda la política española. El TS ha acabado dando toda la razón al presidente Pasqual Maragall, que es obvio que no podrá disfrutar de esta victoria por las razones de todos conocidas. No, no fue una “maragallada”. Tampoco se trató de algo dicho sin ton ni son, por alguien que hubiese “perdido los papeles”, como con su cinismo característico le reprochó Artur Mas. El entonces presidente Maragall dijo una verdad como un templo, ratificada ahora por el TS de forma rotunda e inequívoca. Y es más que probable que el presidente Maragall de equivocó políticamente cuando dio por retiradas sus palabras. Lo hizo tal vez por responsabilidad institucional, pero con ello dio rienda suelta al permanente chantaje con el que Artur Mas le desafió durante y después de la negociación del nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña. De aquellos polvos, estos lodos.