Un año después de aquel infausto 1 de octubre de 2017 -infausto, sin duda, por aquella brutal e indiscriminada represión policial tan injustificada, injustificable y desproporcionada, además de ineficaz, inútil y absolutamente contraproducente, pero asimismo porque el ilegal referéndum de autodeterminación organizado por el Gobierno de la Generalitat no tuvo ningún tipo de garantías y no obtuvo ni tan siquiera un solo aval internacional-, el movimiento independentista ha querido conmemorar o celebrar aquellos hechos y lo ha hecho de la peor de las maneras posibles: mostrándose no ya tan solo dividido o fracturado sino con fuertes enfrentamientos internos y con muestras claras de violencia.

Los sectores más radicales y extremistas del secesionismo catalán -esto es, los autoproclamados Comités de Defensa de la República (CDR), la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Arran, las juventudes de las Candudaturas de Unidad Popular (CUP)- se han vuelto abiertamente en contra tanto contra los Mossos d’Esquadra -cuyos agentes han sido tratados como “fuerzas de ocupación” (sic), “indignos” de lucir en sus uniformes la “senyera” o bandera catalana-, contra el consejero de Interior Miquel Buch y contra el mismísimo presidente de la Generalitat Quim Torra, exigiendo la inmediata dimisión de todo su Gobierno.

El mismo Quim Torra que pocas horas antes, en uno de estos lamentables actos conmemorativos celebrado en Sant Julià de Ramis, había ensalzado a los CDR y hasta les había estimulado a seguir “presionando” con sus acciones, se ha visto pública y repetidamente censurado por ellos. Y todo esto poco más de veinticuatro horas después de los enfrentamientos que miembros de los CDR, Arran y posiblemente otros grupos independentistas radicales protagonizaron con los Mossos d’Esquadra.

Este 1 de octubre de 2018 no había nada que celebrar. Como no lo hubo tampoco el 1 de octubre de 2017. Se ha visto y comprobado que la sociedad catalana se encuentra dividida, fracturada, troceada

Varios agentes e incluso representantes sindicales de la policía autonómica han criticado con dureza que desde la Presidencia de la Generalitat se les haya desautorizado y puesto en cuestión, sobre todo cuando existen documentos visuales más que sobrados que demuestran hasta qué punto hubo violencia física por parte de estos grupos extremistas. Unos grupos extremistas que, con los Mossos d’Esquadra desbordados, agredieron con violencia física y verbal a algunos de los agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil que habían acudido a Barcelona para participar en una manifestación convocada por el sindicato Jusapol, en una convocatoria sin duda inoportuna y oportunista porque mezcló la muy legítima reivindicación de la equiparación salarial de estos cuerpos con las policías autonómicas con un supuesto homenaje a las acciones represivas que agentes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado realizaron en Catalunya el 1 de octubre de 2017.

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Este 1 de octubre de 2018 no había nada que celebrar. Como no lo hubo tampoco el 1 de octubre de 2017. Tanto en un caso como en el otro se ha visto y comprobado que la sociedad catalana, aquella que durante décadas ha soñado ser “un solo pueblo”, se encuentra dividida, fracturada, troceada, y no ya en dos mitades sino en muchos pedazos. Un año después de aquel por tantas razones infausto 1 de octubre de 2017, cuando el independentismo, en una ensoñación, creyó tocar el cielo, hemos visto y comprobado que el propio secesionismo se halla profundamente dividido, fracturado y troceado. Tanto, que tanto el presidente de la Generalitat y todo su Gobierno como los partidos que lo integran, así como los Mossos d’Esquadra que de él dependen, son vejados e insultados, considerados, ellos también, “traidores”, “botiflers”, y encima al grito de “ni olvido ni perdón”.

Los aprendices de brujo suelen acabar quemándose con sus propios fuegos.