Los socialistas catalanes han celebrado su congreso en un clima de unidad poco menos que insólito. Mal que le pese a más de uno, el PSC tiene ahora una coherencia interna notable, alcanzada en buena medida gracias al liderazgo inteligente, respetuoso con todos y al mismo tiempo firme, de su reelegido primer secretario, Miquel Iceta.

El PSC tiene ante sí algunos retos importantes: recuperar a muchos de los militantes y votantes perdidos durante estos últimos años de incesante sangría; articular su propuesta socialdemócrata de firme defensa del Estado del bienestar de acuerdo con las circunstancias actuales de un mundo definitivamente global; reconectar con los trabajadores, las clases medias y los jóvenes, en especial en las grandes áreas urbanas; rehuir de las falsas soluciones fáciles para problemas complejos que ofrecen los populismos; reivindicar la mejor tradición histórica del catalanismo político plural, integrador y cohesionador como única respuesta eficaz al desafío secesionista; liderar la cada vez más necesaria y urgente reforma constitucional que dé nueva vida a nuestra aún joven democracia con medidas de regeneración política y de claro avance hacia el federalismo…

Al mismo tiempo el socialismo catalán, ahora más unido que nunca, debe resolver su relación orgánica futura con el conjunto del socialismo español. Una relación iniciada hace ya más de treinta y ocho años, en 1978, con la constitución del PSC actual, resultado del difícil pero muy útil proceso de unidad de las diversas formaciones existentes hasta entonces en Cataluña que Joan Reventós supo liderar con mano de hierro en guante de seda. Se equivocarían de medio a medio quienes, de un lado o de otro, quisieran romper ahora aquella unidad, que tantos y tan buenos frutos ha dado durante gran parte de estas últimas casi cuatro décadas.

Más allá del perjuicio que para el propio socialismo tendría acabar con aquella unidad socialista alcanzada en Cataluña en 1978, tanto en la misma Cataluña como en el conjunto de España, está también en juego una cuestión tan importante como sin duda es el proceso independentista puesto en marcha en Cataluña. Una cuestión política, institucional, económica, cultural, territorial y social de primerísima magnitud. Una auténtica cuestión de Estado en la que el PSOE puede y debe tener un papel decisivo, de promotor de una vía de diálogo y negociación que tenga una clara voluntad de acuerdo, de verdadero pontífice –esto es, de constructor de puentes-, de eficaz pontonero, no de dinamitero que haga volar un puente tras otro.

¿Cómo podrá el PSOE ejercer este papel conciliador si es incapaz de asumir en su seno al PSC? Si hay un PSOE sin el PSC, se dará un paso más, tal vez irreversible, hacia una España sin Cataluña. Sería un gran triunfo para separatistas y para separadores. Y una derrota fatal para los partidarios de una España federal.