ERC consolida su actual estrategia de apuesta por la moderación en Barcelona combinada con el radicalismo verbal de sus diputados en Madrid. Su distanciamiento de Puigdemont-Torra-JxCat le está dando resultados, como mínimo en los sondeos. El Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) le sigue validando el rumbo marcado desde la cárcel por Oriol Junqueras, el mismo día que los intereses electorales de ERC en Barcelona han forzado un intercambio de sillas en el departamento de Acción Exterior entre el saliente Ernest Maragall y el entrante Alfred Bosch para que el primero sustituya al segundo como candidato a la alcaldía barcelonesa.

El presidente Torra ha intentado adornar la toma de posesión del nuevo conseller, desplazado por su partido de la batalla de Barcelona, la gran prioridad de ERC, aportando su pequeña provocación –“actúa como Ministro de Exteriores”-, reavivando una polémica que ya tuvo su momento de gloria cuando Raúl Romeva se hizo unas tarjetas de visita en inglés presentándose como Minister of Foreign Affairs, alegando entonces una simple acomodación de su cargo de conseller a la terminología diplomática.  En realidad, el presidente de la Generalitat se ha visto obligado a modificar su gobierno para acoger al candidato municipal defenestrado por la dirección de ERC, sin mayores resistencias.

Torra, su grupo parlamentario de JxCat y su mentor Carles Puigdemont siguen perdiendo pie en las encuestas, hasta once diputados respecto a los 34 actuales, seis de ellos restados desde el último sondeo oficial de julio. Por el contrario, ERC sigue de dulce en los sondeos (también en 2017, aunque a última hora se amargaron), se mantiene como primer partido, igual que en el CEO de verano; también Ciudadanos parece haberse estabilizado en segunda posición. Los socialistas mejoran lo que tienen, pero no sostienen el ascenso del anterior sondeo, lo contrario de Comunes y CUP que siguen avanzando. El PP permanece en la última posición, sin atisbo de recuperación.

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El CEO de noviembre presenta dos grandes novedades. Una primera, además de una mayoría independentista (sumando a la CUP), se podría dar una mayoría de izquierdas (sin contar la CUP) de 69 diputados entre ERC, PSC y Comunes. Esta opción, inexistente en el actual Parlament, ofrecería a los republicanos un amplio margen de negociación al margen de sus vigentes socios de legislatura, con los que mantiene unas relaciones tensas, sostenidas básicamente en la exigencia de unidad por la solidaridad con los dirigentes presos.

La segunda novedad es la introducción en el cuestionario de la Constitución, justificada por la celebración del 40 aniversario. Si volviera a votarse el actual texto de la Carta Magna, en Cataluña obtendría un 57% de votos negativos. Este porcentaje contrasta con el apabullante Sí obtenido en el referéndum del 6 de diciembre de 1978, el 90.5% de los catalanes que fueron a votar (el 67,9 del censo) apoyó la vigente Constitución.

Este dato viene a confirmar el desgaste existente entre los catalanes del statu quo nacido durante la Transición; el porcentaje de descontentos supera en mucho a los partidarios de la independencia, ahora un 47,2%, y permite aventurar que la desafección constitucional está ampliamente extendida entre el universo del catalanismo; una profecía lanzada por el presidente Montilla allá por el año 2010 con motivo de la sentencia contra el Estatuto.

Es un dato de un sondeo de la Generalitat, susceptible de ser contrastado con posibles evoluciones del porcentaje de respuestas en nuevas encuestas y pendiente de una mayor concreción de las causas del cambio radical producido en el electorado catalán en esta cuestión, que muy probablemente alcanzarían otras motivaciones a las estrictamente nacionales; sin embargo, es un argumento relevante para los partidarios de la reforma, en el panorama catalán limitados a PSC y Comunes; los independentistas no creen en esta vía y Ciudadanos y PP están en contra, al menos para todo lo que pudiera afectar a una mejora del reconocimiento nacional de Cataluña.