El éxito electoral del PSC y la iniciativa política de Salvador Illa deben entenderse a medio plazo. A corto, lo relevante es que ERC ha conseguido superar al partido de Carles Puigdemont y el liderazgo de Pere Aragonés está supeditado a la negociación con JxCat y la CUP, los auténticos garantes de la mayoría independentista. La manija la tienen los republicanos y habrá que esperar a que Puigdemont digiera su retroceso para comprobar si empuja a ERC a la ruptura interna del independentismo o contemporiza con el partido de Oriol Junqueras acomodando a los suyos en el gobierno de la Generalitat.

La intransigencia de Puigdemont con el PDeCat, su antiguo partido, le ha hecho perder un diputado decisivo en su batalla particular con Oriol Junqueras, probablemente el hombre más feliz de Cataluña. ERC insistió anoche en su gobierno de vía amplia (ERC-JxCat-CUP-En Comú Podem) que incorpora a dos fuerzas incompatibles (JxCat y En Comú Podem); sin embargo lo que tiene más a mano es la repetición de un gobierno de coalición con el partido de Puigdemont apoyado en el Parlament por la CUP.

El tripartito de izquierdas que también suma holgadamente la mayoría se intuye ahora mismo una teoría de futuro y el gobierno en minoría con los Comunes protegido por el PSC o JxCat desde la oposición se presenta como una opción de último recurso para evitar la repetición electoral.

La segunda persona más feliz de Cataluña debe ser Salvador Illa. La victoria electoral de PSC es de alto valor simbólico y puede ser el punto de partida de una nueva centralidad política de los socialistas catalanes, imprescindible llegado el momento de atacar seriamente el conflicto catalán. No hay ninguna señal que permita interpretar que la nueva etapa para Cataluña anunciada en la euforia de la noche electoral vaya a llegar en los próximos meses. La consolidación de la mayoría independentista más bien viene a preconizar lo contrario, siempre y cuando sus negociaciones culminen en acuerdo.

El discurso de ERC mantenido durante la campaña (amnistía y autodeterminación) se avivó desde el primer minuto de confirmarse la superación de la barrera del 50% por parte del voto independentista. La simple formulación de estas dos exigencias supone una dificultad para la agenda negociadora y el interés de los republicanos de formar un frente antirrepresión supone levantar un muro infranqueable para el PSC. La denuncia de la represión del estado es el único cemento que une a ERC y JxCat y constituye la esperanza de los republicanos para sumar a los Comunes a una causa diferente a la estricta reivindicación independentista.

La irrupción de Vox en el Parlament como cuarta fuerza política es una mala noticia para todos los grupos y para el país en general, pero es especialmente duro para Ciudadanos y PP. Los dos partidos de la derecha constitucionalista no solo deberán habitar los escaños del fondo del Parlament sin que verán cómo se diluye su pretensión de mantener vivo el frente constitucionalista por la presencia de la extrema derecha en este bloque.

Los contactos entre los grupos independentistas ya han empezado. La crisis sanitaria y económica urge la formación de un nuevo gobierno, también la negociación de los fondos europeos con el gobierno Sánchez y la elección del presidente del Parlament. La voluntad (o la capacidad) de ERC de imponer su liderazgo a JxCat se pondrá a prueba en la decisión de encontrar un sustituto a Roger Torrent, dado que difícilmente los republicanos podrán defender su continuidad con un resultado tan ajustado en la correlación interna de las fuerzas soberanistas.