El pasado domingo 6 de octubre, finalmente, la asamblea de compromisarios del F.C.Barcelona validó la decisión de la junta directiva de la entidad de retirar las condecoraciones concedidas por el Barça al dictador Francisco Franco. Lo hizo con una rotunda mayoría, aunque un par de compromisarios votaron en contra y otros siete votaron en blanco. Las tres distinciones barcelonistas ahora retiradas a Franco le fueron concedidas por el club en los años 1951, 1971 y 1974. La primera le fue una insignia de honor que le fue otorgada por la directiva presidida por Agustí Montal Galobart con motivo de la final de la Copa del Generalísimo de aquel año. La segunda consistió en una medalla de oro concedida al dictador por el Barça, presidido entonces por Agustí Montal Costa, en agradecimiento a la ayuda del Estado en la construcción del Palau Blaugrana, precisamente el local donde se celebró la asamblea de compromisarios del pasado domingo. Y la tercera y última condecoración barcelonista otorgada a Franco fue la medalla de oro del 75º aniversario de la fundación del club. Quien se la entregó fue de nuevo el presidente Agustí Montal Costa, que años después fue candidato a senador por parte de CiU.

La entrega de esta tercera y última condecoración azulgrana al dictador fue un acto al que excusó su asistencia uno de los vicepresidentes de la entidad, Raimon Carrasco Azemar, uno de los hijos de Manuel Carrasco Formiguera, fusilado por el franquismo en plena guerra civil cuando se dirigía al País Vasco como delegado de la Generalitat, de la que había sido consejero de Sanidad; también fue diputado a Cortes, miembro de Acció Catalana y fue uno de los fundadores de la histórica formación democristiana Unió Democràtica de Catalunya, con la que se mantuvo siempre fiel a la República.

Pues bien, el Barça ha esperado hasta el pasado domingo 6 de octubre para validar oficialmente la retirada de estas tres condecoraciones que la entidad concedió al dictador, fallecido pronto hará ya 44 años. El presidente que por fin ha tenido la dignidad democrática de hacer efectiva esta medida ha sido Josep Maria Bartomeu. Uno de sus más inmediatos predecesores, Joan Laporta, que tuvo sus aspiraciones políticas y llegó a ser concejal y diputado autonómico en las filas de la secesionista Solidaritat Catalana per la Independència, anunció que lo haría al acceder a la presidencia del Barça, pero más tarde dijo que en los archivos del club no existía constancia oficial de la concesión de las citadas condecoraciones, y con esta curiosa excusa se evitó dar cumplimiento a su compromiso público.

¿Qué trascendencia tiene, casi 44 años después de la muerte del dictador, que el Barça le haya retirado oficialmente unas condecoraciones privadas? Ninguna, al menos para muchos. Mucha, al menos para mí. La trascendencia que tiene y tendrá siempre un acto de dignidad civil, política y social. Y lo es, sin duda alguna, la pública retirada, previa votación democrática, de unas distinciones otorgadas al dictador por el simple hecho de ser dictador, y por consiguiente amo y señor del país entero.

La dignidad democrática exige la recuperación de la Memoria Histórica, con todas sus consecuencias. Con la definitiva exhumación de los restos del dictador de su insultante y oprobioso mausoleo de Cuelgamuros y su traslado a un cementario como el de Mingorrubio, en el municipio del Pardo. Y con la retirada, también definitiva, del homenaje que en el catalanísimo monasterio de Montserrat se mantiene al histórico Tercio de Nuestra Señora de Montserrat, los combatientes catalanes, casi todos ellos requetés, que combatieron contra la República a las órdenes de Francisco Franco.

No deja de ser curioso que el monasterio de Montserrat, escenario cada vez más frecuente de actos, celebraciones e incluso liturgias de exaltación del proceso separatista, albergue en su seno un monumento erigido en homenaje a unos soldados catalanes que contribuyeron a la victoria militar de Franco, a la implantación por la fuerza de las armas y del terror de una dictadura fascista  que se perpetuó durante casi cuarenta años. Y no deja de ser curioso que tanto en la abadía del insultantemente denominado Valle de los Caídos como en el monasterio de Montserrat sean benedictinos los monjes que se ocupan de estos centros. Será por aquello del “ora et labora”, norma suprema de la orden de san Benito.