El presidente de la Generalitat asistirá a la cumbre entre los gobiernos de España y Francia que se celebrará en Barcelona el próximo día 19 de enero, invitado por el presidente Pedro Sánchez. Mientras la reunión al más alto nivel se lleve a cabo, ERC participará junto a Junts, la CUP y las entidades del movimiento en la manifestación convocada para demostrar al mundo entero y al ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, que el independentismo está vivo y permanece unido. Bolaños cometió un error de bulto al pretender justificar la celebración de la cumbre en Barcelona como una constatación de la normalidad alcanzada en Cataluña tras la tensión vivida desde 2017 y la certificación de la muerte del Procés.

El resultado de la peculiar visión de Bolaños sobre el estado de salud del independentismo deslucirá un poco el encuentro bilateral entre Macron y Sánchez y, sobre todo, obliga a su socio, Pere Aragonés, a estar en misa y en la procesión. No hay que descartar que en la manifestación unitaria que se celebrará paralelamente a la cumbre se oigan algunos pitos contra ERC y Aragonés por asistir a la reunión interministerial como oyente. A menos que sea esto lo que buscaba Bolaños con su justificación por la ubicación de la cumbre hispanofrancesa, no se entiende la imprudencia del ministro al intentar explicar una decisión que no necesitaba de ninguna explicación.

La naturaleza del Procés es compleja y controvertida. Ciertamente fracasó como intentona de alcanzar la independencia de Cataluña por la vía exprés; sin embargo, fue (y sigue siendo) un éxito como proceso de autoengaño colectivo para figurarse que el estado propio está al alcance de la mano y que garantiza una mayoría independentista en el Parlament. A pesar de su división, la mayoría permanece y la unidad es fácilmente recuperable a partir de cualquier error del gobierno central.

La reacción a la cumbre es solo un ejemplo. Los partidos independentistas, aunque se lo susurren a Bolaños en las amigables reuniones en Madrid, no pueden aceptar públicamente que el Procés ha muerto y se ha recuperado la normalidad política en Cataluña. Tal admisión, sería tanto como reconocer el monumental engaño perpetrado y en consecuencia poner en peligro el futuro electoral del independentismo.

El independentismo está vivo y seguirá estándolo por muchos años, porque la idea del estado propio es emocionalmente motivadora e inspiradora de nuevas movilizaciones. Lo que está en discusión es cuánto tiempo podrá mantener ERC su posición de malabaristas entre el pragmatismo de asumir la realidad y la ambición de no perder el paso al resto de partidos y entidades soberanistas que insisten en negar dicha realidad. Transitoriamente, Aragonés y su partido han abrazado el sucedáneo como fórmula para defender que se está avanzando en la resolución del conflicto político de fondo, a pesar de las muchas dudas existentes sobre la incidencia de lo conseguido (indultos, eliminación sedición y modificación malversación) en la larga marcha hacia la independencia.

La fragilidad de la posición de Aragonés se ha puesto de manifiesto por culpa del optimismo del ministro Bolaños, una percepción de la coyuntura que ERC no puede aceptar oficialmente para no dar la razón a sus adversarios soberanistas, que repiten a diario que los republicanos se han vendido al PSOE. La contradicción entre su asistencia a la reunión y el apoyo de su partido a la manifestación contra la cumbre y contra la recuperación de la normalidad institucional en Cataluña no será la primera ni la última expresión de las dificultades del equilibrio. La próxima estación será la escenificación de su necesidad de mantener los bloques en el Parlament para ganar las elecciones y su urgencia de aceptar la transversalidad para aprobar los presupuestos con el PSC.