La foto es del jueves 2 de diciembre en Lepe y causa desasosiego. O más bien miedo. Debió tomarse en el momento en que sonó el himno nacional. Particularmente inquietante es la figura de Macarena Olona: chaqueta negra, bufanda negra, pantalón negro, severa mirada al frente, brazos y manos pegados al cuerpo en posición marcial, gesto concentrado, como ajeno a todos y a todo salvo a la férrea determinación de recuperar de una maldita vez y para siempre “la unidad espiritual de los pueblos” de una “España en ruina moral, una España dividida por todos los odios y todas las pugnas”.

Los entrecomillados no son del discurso de Olona en Granada, sino del pronunciado en octubre de 1933 en el Teatro de la Comedia de Madrid por José Antonio Primo de Rivera. Aunque Macarena no tenga ni de lejos el talento de José Antonio para la oratoria tajante y pinturera, el paralelismo verbal con el fundador de Falange Española no está fuera de lugar porque Olona hizo en la localidad onunbense afirmaciones que habría suscrito sin remilgos el carismático líder del fascismo español:

“Vox –proclamó– no es un partido político, Vox es un movimiento del pueblo y para el pueblo, formado por gente muy diversa a la que nos une el amor a nuestra tierra, a nuestras raíces y a nuestra cultura, que hemos puesto pie en pared contra una ideología totalitaria de pensamiento único que criminaliza al varón por el hecho de serlo”.

En su célere discurso de la Comedia, José Antonio dijo: “El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas (…) Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre”.

Olona también arremetió con furia contra los sindicatos de clase que según ella traicionan a los obreros. Como la Falange, como todos los fascismos de los años 30, los partidos europeos de extrema de derecha del siglo XXI buscan el voto de la clase trabajadora, cuyas expectativas de ascenso social y seguridad laboral se han visto frustradas por la globalización y la crisis financiera del año ocho. Como tantos movimientos reaccionarios, Vox tiene un instinto muy afinado para identificar determinados males de nuestro tiempo, aunque despliegue una pavorosa indigencia intelectual a la hora de proponer soluciones.

En las elecciones autonómicas andaluzas, que se celebrarán posiblemente en menos de seis meses, Vox se juega el ser o no ser en el concierto nacional de las derechas españolas: si el amargo fracaso de 2021 en Madrid se repite un año después en Andalucía, las expectativas de Santiago Abascal de ser un material decisivo en el conglomerado patriótico se verían seriamente mermadas.

Ayuso se quedó a cuatro escaños de la mayoría absoluta, devaluando así el peso efectivo de los 13 diputados y 330.000 votos de Vox. El presidente andaluz Juan Manuel Moreno busca emular a Ayuso, aunque por otras vías: el populismo iletrado, jactancioso y chulapón de la presidenta madrileña ni cuadra con el carácter cortés de Moreno ni sería bien recibido por el electorado conservador andaluz.

Del mismo modo que Ayuso es la ‘vóxer’ madrileña, Olona querría ser la Ayuso andaluza. Al contrario que a Moreno, a la diputada cunera por Granada sí le cuadra el tono desafiante, bravucón y un punto antisistema de la presidenta de Madrid: un tono que se acomoda muy bien con el argumentario preelectoral que viene desplegando Vox y que pone el acento en el continuismo de las políticas del PP: el blandengue Moreno sigue los pasos socialistas de Díaz, Griñán y Chaves, denuncian sin descaso los ultras.

Vox se siente estafado por el PP. En estos tres años han hecho un curso acelerado de aprendizaje del poder. En la próxima legislatura no volverá a ocurrirles porque no estarán fuera sino dentro. Lo recalcó Olona en Lepe: el andaluz será sea “el primer Gobierno en el que Vox asuma responsabilidades de gestión”.

Vox es el principal comodín de Moreno para seguir siendo presidente, pero también su gran amenaza: si lo necesita para ser presidente, tendrá que 'comerse' a Olona como vicepresidenta. No sería un plato de gusto, pero se acostumbraría pronto a su sabor, pese a que es seguro que Olona no sería, ni de lejos, una vicepresidenta tan dócil y complaciente como ha sido Juan Marín. El perfil moderado y guay de Moreno quedaría hecho añicos.

Por eso, hoy por hoy la operación estratégica más importante de cuantas tiene en marcha el cuartel general de San Telmo es la que podríamos denominar ‘Salvar al soldado Juan’. Solo la presencia de Cs en la Junta podría blanquear la de Vox: es cierto que Marín ha prometido que Cs nunca se sentará en un Gobierno donde esté Vox, pero difícilmente podrá cumplir su promesa, y no porque Juan no sea un hombre de palabra sino porque Cs es un cadáver y las promesas de los difuntos no cuentan.