Desde hace ya algunos años, cuando hay una convocatoria de huelga siempre me plantea una gran cantidad de dudas, dado que siempre encuentro bastantes interrogantes en los objetivos que se persiguen y en la eficacia del método elegido para alcanzarlos, a lo que se añade el hecho de que me cuesta trabajo concebir la huelga como un mero instrumento de protesta, pues para eso entiendo que hay otras acciones menos dañinas para todos, para quienes las protagonizan y para quienes las sufren. Mención aparte me merecen las huelgas cuando afectan al ejercicio de derechos fundamentales, como lo es también el propio derecho a la huelga, pero no cabe duda de que la colisión de derechos genera conflictos que a veces llegan a extremos insoportables. Y por supuesto un caso singular es el representado por las convocatorias que afectan a la enseñanza, en particular en lo tocante a la enseñanza secundaria y al bachillerato, pues no podemos olvidar que la primera de ellas tiene carácter de obligatoria.

La pasada semana hubo una convocatoria en los institutos de tres días de huelga. Estaba claro contra qué y contra quién, lo que no resultaba tan evidente es que tres días sin clase cuando apenas llevamos un mes de curso puedan contribuir a resolver el problema de los recortes en materia educativa. Me resulta imposible pensar que las organizaciones estudiantiles no sean capaces de proponer formas de protesta más imaginativas que permitan que todos expresen su descontento sin que ello perjudique la actividad docente, porque no podemos dejar de lado el hecho de que los alumnos no van a clase a aportar sino a recibir algo, lo cual no significa que sean agentes pasivos, pero si no acuden al aula ello va a repercutir en la marcha del curso, en su planificación, en sus propios hábitos de trabajo, así como en el desarrollo y cumplimiento de los programas.

Resulta curioso, por lo que he podido comprobar en distintos centros, que la huelga haya sido secundada solo parcialmente en los cursos de 2º de Bachillerato, es decir, aquellos que son conscientes de que perder tres días de clase es una rémora, sobre todo porque más adelante no saben si habrá más pérdidas, y se encuentran en un curso en el que se juegan su futuro.

Al margen de esas cuestiones, hay otros dos aspectos que me parecen preocupantes. Uno, el desinterés de los padres ante el hecho de que los menores de edad decidan no ir a clase durante varios días, aunque, tal y como yo les advertí a mis alumnos de bachillerato, si estuvieran en un centro privado estoy seguro de que esos mismos padres llevarían a sus hijos a clase y no se perderían ni un solo día, de hecho las datos de la huelga son referentes a la enseñanza pública, no en la concertada ni en la privada. El otro es el escaso interés demostrado por las autoridades educativas ante las aulas vacías, parece no preocuparles la ausencia de los menores, cuando para cualquier otra cuestión nos exigen unos trámites y un control exhaustivo. No es de recibo que en el ámbito de la educación no se haga pedagogía acerca del significado de una huelga ni del ejercicio y la asunción de responsabilidades.

Por mi parte, debo decir que estos tres días he dado clase con normalidad, que he continuado el desarrollo del programa para aquellos que han querido acudir a clase y que insistiré cada vez que haya una convocatoria de este tipo en que mis alumnos hagan un ejercicio de reflexión y decidan sobre bases firmes, y por supuesto les indicaré que, al igual que todos nosotros cuando fuimos jóvenes, están en su derecho de tomar decisiones equivocadas, porque ya es un lugar común, pero no menos cierto, que nadie escarmienta en cabeza ajena.